Juan Fernando Carpio has translated into Spanish Hans-Hermann Hoppe’s “The Politics of Johann Wolfgang Goethe” (2012).
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Las ideas políticas de Johann Wolfgang Goethe
Este año marca el 250.º aniversario del nacimiento de Johann Wolfgang von Goethe. La mayoría de los europeos sabe que fue el más grande de los escritores y poetas alemanes, y una de las figuras colosales de la literatura universal. Menos conocido es que también fue un liberal clásico cabal, defensor del libre comercio y del libre intercambio cultural como claves del bienestar auténtico de las naciones y de una integración internacional pacífica. Además, se opuso firmemente a la expansión, centralización y unificación del poder político, argumentando que tales tendencias solo pueden obstaculizar la prosperidad y el verdadero desarrollo cultural. Por su relevancia en el proceso de construcción europea, me atrevo a nominar a Goethe como el europeo del milenio.
Nacido en 1749 en la ciudad imperial libre de Fráncfort del Meno, en el seno de una familia acomodada de clase media alta, Goethe estudió Derecho en Leipzig y Estrasburgo. Tras obtener el doctorado y ejercer brevemente como abogado, emprendió una carrera espectacular como poeta, dramaturgo, novelista, letrista, artista y crítico de arquitectura, arte, literatura y música. Fue también científico natural, interesado en anatomía, botánica, morfología y óptica. Hasta hoy, encarna la definición misma de genio: su obra completa abarca más de sesenta volúmenes, incluyendo, además de su obra maestra Fausto, títulos como Goetz von Berlichingen, Las penas del joven Werther, Torquato Tasso, Egmont, Ifigenia en Táuride, Clavigo, Stella, Hermann y Dorotea, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, Los años de viaje de Wilhelm Meister, Elegías romanas, Diván de Oriente y Occidente, Afinidades electivas, Viaje a Italia, La metamorfosis de las plantas y la teoría de los colores.
En 1775, invitado por el duque Carl August de Sajonia-Weimar, Goethe se trasladó a Weimar, donde residió hasta su muerte en 1832, aunque interrumpió su estancia con frecuentes y prolongados viajes por Alemania, Suiza, Italia y Francia. Fue, sin duda, durante esos viajes cuando desarrolló su pensamiento político liberal.
Desde la Paz de Westfalia de 1648 hasta las guerras napoleónicas, Alemania estaba compuesta por unos 234 «países», 51 ciudades libres y alrededor de 1.500 señoríos independientes. De todos ellos, solo Austria podía considerarse una gran potencia, y únicamente Prusia, Baviera, Sajonia y Hannover eran actores políticos de peso. Sajonia-Weimar era una de las unidades más pequeñas y pobres, con apenas unas pocas aldeas y pequeñas ciudades.
El Congreso de Viena de 1815, tras la derrota de Napoleón, redujo los territorios políticos alemanes independientes a 39. Gracias a los vínculos familiares de su casa gobernante con la dinastía Romanov de Rusia, Sajonia-Weimar aumentó su tamaño en cerca de un tercio y se convirtió en el Gran Ducado de Sajonia-Weimar-Eisenach. Aun así, seguía siendo uno de los estados más pequeños, pobres y políticamente menos influyentes de Alemania.
Su capital, Weimar, tenía menos de seis mil habitantes cuando Goethe llegó allí, y aun en 1832, al morir, apenas alcanzaba los diez mil. Goethe había llegado como favorito del duque Carl August, con quien cabalgaba, cazaba y compartía tertulias y celebraciones.
Por orden del duque, el emperador José II concedió a Goethe el título honorífico de nobleza («von»). En distintos momentos, sus funciones como miembro del Consejo Privado incluyeron la supervisión del ejército del ducado (que redujo de 600 a 293 soldados), la construcción de caminos y minas, la administración de las finanzas (redujo los impuestos), la dirección del teatro cortesano y la supervisión de la Universidad de Jena, que entonces contaba entre sus profesores a Hegel, Fichte, Schelling, Schiller, Humboldt y los hermanos Schlegel.
Ya aclamado en toda Alemania cuando se estableció en Weimar, su fama creció enormemente en los años siguientes. En sus viajes o en Weimar, casi todos buscaban su compañía; entre ellos Ludwig van Beethoven, la emperatriz María Ludovica de Austria e incluso Napoleón. En la última década de su vida, Goethe y Weimar se habían vuelto sinónimos de cultura alemana: la residencia de Goethe y la propia ciudad eran destino de peregrinación del Bildungsbürgertum (la burguesía ilustrada) alemán.
Fue durante esta última etapa de su vida cuando, en una conversación registrada por su discípulo Johann Peter Eckermann el 23 de octubre de 1828, Goethe reflexionó sobre la relación entre el particularismo político alemán (Kleinstaaterei) y la cultura. Para entonces, Alemania se hallaba cada vez más impregnada de sentimientos democráticos y nacionalistas, fruto de la Revolución francesa y de la era napoleónica. La mayoría de los liberales alemanes se habían convertido en demócratas y defensores de un Estado nacional alemán unificado.
Como liberal clásico, Goethe, con notable sabiduría y clarividencia, permaneció prácticamente solo en su oposición a esa transformación del credo liberal. En su opinión, la democracia era incompatible con la libertad. «Los legisladores y revolucionarios que prometen igualdad y libertad al mismo tiempo», escribió en sus Máximas y reflexiones, «son o bien psicópatas o bien charlatanes». La centralización política, explicó en su diálogo con Eckermann, conduciría a la destrucción de la cultura:
No temo que Alemania no llegue a unirse; nuestras excelentes carreteras y los futuros ferrocarriles lo harán por sí mismos. Alemania está unida en su patriotismo y en su oposición a los enemigos externos. Está unida porque el tálero y el groschen alemanes tienen el mismo valor en todo el Imperio, y porque mi maleta puede pasar por los treinta y seis Estados sin ser abierta. Está unida porque los documentos municipales de viaje de un residente de Weimar son aceptados en todas partes al mismo nivel que los pasaportes de los ciudadanos de sus poderosos vecinos extranjeros. En lo que respecta a los Estados alemanes, ya no se habla de tierras nacionales o extranjeras. Además, Alemania está unida en pesos y medidas, en el comercio y la migración, y en un centenar de cosas semejantes que ni puedo ni quiero mencionar.
Pero se equivoca quien cree que la unidad alemana debe expresarse en la forma de una gran capital, y que esta ciudad enorme beneficiaría a las masas, del mismo modo que podría hacerlo con unos pocos individuos excepcionales.
¡Ojalá los burócratas de Bruselas comprendieran esto hoy! El mercado único europeo ha dado a los Estados miembros las fronteras abiertas—para personas, bienes y capitales—que Goethe celebraba ya en 1828. El libre comercio y la libre migración son hoy una realidad. Pero lo que no se necesita es una «gran capital» o un Estado federal que regule, o complique aún más, la vida.
Goethe entendía que el genio de un pueblo reside en su gente, no en los burócratas. Le dijo a Eckermann:
Lo que hace grande a Alemania es su admirable cultura popular, que ha penetrado por igual en todas las partes del Imperio. ¿Y no son acaso las muchas residencias principescas de donde emana esta cultura y que son sus portadoras y guardianas? Supongamos que durante siglos solo hubiesen existido las dos capitales de Viena y Berlín, o incluso una sola. Me pregunto entonces qué habría sido de la cultura alemana y de la prosperidad general que la acompaña.
Piensa en ciudades como Dresde, Múnich, Stuttgart, Kassel, Brunswick, Hannover y otras semejantes; piensa en la energía que representan, en el efecto que ejercen sobre las provincias vecinas, y pregúntate si todo esto existiría si esas ciudades no hubiesen sido residencias de príncipes durante tanto tiempo.
Fráncfort, Bremen, Hamburgo y Lübeck son grandes y brillantes, y su impacto sobre la prosperidad alemana es incalculable. Pero, ¿seguirían siendo lo que son si perdieran su independencia y se convirtieran en simples ciudades provinciales dentro de un gran Imperio alemán? Tengo razones para dudarlo.
Aunque los alemanes veneraron a Goethe como héroe nacional, no siguieron su consejo; ni siquiera al final de la Guerra Fría. Tampoco la mayoría de los europeos ha prestado atención a sus advertencias sobre los peligros de la centralización política. Tan pertinentes hoy como cuando fueron escritas, las reflexiones de Goethe sobre los fundamentos sociales y políticos de la cultura aún exigen nuestra atención.
Traducido del inglés por Juan Fernando Carpio. El artículo original se encuentra aquí.











