Juan Gamón has translated into Spanish Hans-Hermann Hoppe’s 2014 interview for Wirtschaftswoche, Germany’s leading business-weekly.
Más allá del Estado
Profesor Hoppe, en la actualidad la intervención estatal ha llegado a un punto álgido tanto en el ámbito económico como en el social. Muchos ciudadanos quieren más gobierno y menos mercado. ¿Cómo explica esto?
La historia demuestra que las crisis promueven la expansión del Estado. Eso es particularmente evidente con las guerras y los ataques terroristas. Los gobiernos utilizan esas crisis para presentarse como si fuesen ellos quienes fuesen a solucionar las crisis. Esto también es aplicable a las crisis financieras. Ha brindado a los gobiernos y a sus bancos centrales una oportunidad para intervenir todavía más en la economía y en la sociedad. Los representantes del gobierno se las han arreglado para echar la culpa de la crisis al capitalismo, a los mercados y a la avaricia.
¿Sin la intervención de los bancos centrales y los gobiernos en forma de inyecciones de liquidez y programas de estímulo, no habría caído el mundo en una profunda depresión como la de los años treinta del siglo pasado?
Existe una concepción errónea según la cual los gobiernos y los bancos centrales pueden ayudar a la economía con programas que la ayuden a recuperarse. Sin embargo, ya en los años 30 hubo programas económicos de estímulo en los Estados Unidos. Y, no obstante, la gran depresión no terminó hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En años anteriores, el desempleo de los Estados Unidos nunca bajó del 15%. Los bancos estaban acaparando el dinero que habían recibido de la Reserva Federal, en vez de prestarlo.
Las circunstancias actuales son similares. El dinero no está llegando a los mercados de bienes, por consiguiente, los precios de los productos apenas suben. Pero eso no significa que no haya inflación. Basta con mirar lo que está pasando en los mercados de valores para identificar dónde está yendo el dinero. La inflación está teniendo lugar en la bolsa, en los activos bursátiles.
El boom en el mercado de valores también es consecuencia de los tipos de interés negativos que hacen que ahorrar no sea atractivo. Y, por lo tanto, ponen en peligro nuestra prosperidad. Una economía solo puede crecer si la gente ahorra más y consume menos. Sin ahorros, no hay inversiones viables.
¿Por qué?
Le daré un ejemplo sencillo. Imagínese a Crusoe y a Viernes en una isla desierta. Si Robinson pesca y consume solo una parte de lo que ha pescado, puede prestar lo que le sobró a Viernes, que así tendrá de qué comer durante unos pocos días, y podrá dedicar ese tiempo a fabricar una red. Con esa red podrá pescar pescado suficiente para alimentarse y devolver a Robinson el pescado que le dio. Ambos están ahora mejor que antes. ¿Pero qué sucede si Robinson no ahorra, sino que come todo el pescado y tan solo entrega a Viernes un certificado que este puede cambiar por pescado? Si Viernes le pide a Robinson que le canjee el certificado por pescado, se encontrará con que no podrá dárselo porque no le queda. Viernes, por tanto, tendrá que obtener comida por sí mismo y no tendrá tiempo para terminar de fabricar la red. Se convierte en un proyecto inacabado. El nivel de vida de Viernes y Robinson se reduce.
¿Qué tiene eso que ver con nuestra situación actual?
Algo similar ocurre en nuestras economías modernas. La creación de crédito a partir de la nada hace descender artificialmente los tipos de interés y dispara las inversiones, para las que no hay ahorros que les den cobertura. Al ser los tipos tan bajos, difícilmente se ahorra y dedicamos todo el dinero a consumo. Sucede lo mismo que le pasa a Robinson, que no guarda pescado, sino que se lo come todo. El mayor consumo extrae recursos que en otro caso, de haberse ahorrado, se podrían haber invertido. Hay proyectos que no se pueden concluir, los bancos congelan los préstamos, los proyectos ya empezados son liquidados, la economía entra en crisis.
¿Quiere eso decir que pronto llegará un nuevo crash?
Los bancos centrales están intentando contener esta crisis incrementando el crédito y el dinero disponible, aun cuando el origen de la crisis fuese justamente ese: el exceso de dinero y de crédito disponible. Por ello, el próximo crash será aún más severo que el precedente.
Las autoridades monetarias prometen drenar la liquidez a tiempo, antes de que la crisis se agrave.
Los bancos centrales están intentando salvar el sistema de papel moneda por todos los medios. Me temo que el paso siguiente sea eliminar lo que queda de diversidad y competencia entre divisas mediante una centralización del dinero y de la banca. Al final podría haber una especie de banco central global, con una única moneda, en la que el dólar, el euro y el yen se fusionarían. Liberado de la competencia de otras monedas, ese banco central tendría entonces todavía más margen de maniobra para generar una aún más inflación. La crisis no habría acabado, sino que volvería con más fuerza y esta vez sus efectos tendrían una dimensión global.
Algunos economistas abogan por el establecimiento de un patrón oro para atar de manos a los bancos centrales.
Los gobiernos y los bancos centrales se resistirán. En su condición de monopolista de la creación y distribución del dinero, los bancos centrales no tienen ningún interés en perder su poder. Considero una vuelta voluntaria al patrón oro como algo irrealista.
¿Qué hay de China? El país quiere convertir al Yuan en una moneda de reserva.
Para China, sería una inteligente maniobra la de respaldar el Yuan con oro para expulsar al dólar de su dominio global. Con un Yuan respaldado por oro, los días de la supremacía económica americana y del dólar estarían contados. Occidente haría entonces todo lo posible para impedir que China hiciera esto.
En Europa, para rescatar al euro, los gobiernos y los bancos centrales han ignorado la ley cuando no se la han saltado lisa y llanamente. Y no se produjo una protesta pública contra esto en Alemania.
Los alemanes permiten que los americanos les dicten lo que pueden y deben hacer. Estados Unidos tiene un interés vital en asegurarse de que el euro sobreviva, porque es un competidor más conveniente para el dólar que 17 monedas nacionales distintas. Estados Unidos puede así tratar con un único banco central, el Banco Central Europeo, para lograr que prevalezcan sus propios intereses aplicando presión política.
El rescate del euro y el progresivo aumento de los poderes de Bruselas causan malestar en las poblaciones. ¿No han sobreestimado las élites políticas la preparación de los ciudadanos de cara a una mayor integración?
Los Estados por lo general muestran tendencia a centralizar sus poderes. En Europa, los poderes son transferidos a Bruselas para eliminar la competencia entre países. El sueño del estatista es un Estado mundial con impuestos y regulaciones uniformes, ya que eso impedirá que los ciudadanos puedan tener la oportunidad de mejorar sus vidas emigrando. Los ciudadanos se dan cuenta de que la Unión Europea es básicamente un gran aparato de redistribución de la renta. Esto alimenta el descontento e incita a que se generen envidias y rencillas entre las naciones.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Para la causa de la libertad sería mejor que Europa se desintegrase en el mayor número posible de microestados. Esto también es aplicable a Alemania. Cuanto más pequeño sea el alcance espacial o territorial de un Estado, tanto más fácil es emigrar y mejor tienen que comportarse los Estados con sus ciudadanos si quieren retener a la gente productiva.
¿Quiere usted un retorno a la «Kleinstaaterei», el sistema de mini países del siglo XIX?
Eche un vistazo al desarrollo económico y cultural. En el siglo XIX, el área de lo que hoy es Alemania era entonces la región más avanzada de Europa. Los mejores logros culturales se produjeron en una época en la que no hubo un Estado central grande. Los pequeños territorios estaban en intensa competencia unos con otros. Todos querían tener las mejores bibliotecas, teatros, universidades. Esa región fue cultural e intelectualmente mucho más avanzada que Francia, que por entonces estaba ya centralizada. Toda la cultura en Francia giraba en torno a París, el resto del país cayó en el oscurantismo cultural.
¿Pero el libre mercado no se vería amenazado por la secesión y una vuelta a la fragmentación de los países?
Por el contrario, los Estados pequeños necesitan comerciar. Su mercado no es lo bastante grande y no están lo bastante diversificados para vivir de manera independiente. Si no permiten que haya libertad de comercio, están acabados en una semana. Sin embargo, un país grande como Estados Unidos puede ser ampliamente autosuficiente y es, por consiguiente, menos dependiente del libre comercio con otros Estados. Además, los Estados pequeños y soberanos no pueden echar permanentemente la culpa a los demás cuando algo no va bien en ellos. En la Unión Europea, Bruselas es a menudo acusada de ser la culpable de todos los males. En cambio, en Estados pequeños e independientes, los gobiernos tendrían que asumir la responsabilidad de los abusos en sus propios países. Esto tiene un efecto pacificador en las relaciones entre naciones.
¿Si los Estados pequeños tuviesen sus propias monedas, no supondría eso el fin de la integración de los mercados de capitales?
Los Estados pequeños no podrían permitirse tener su propia moneda por los costes de transacción. Por lo tanto, serían favorables a la existencia de una moneda común que fuese independiente de los gobiernos y que no fuese influenciable por ellos. Hay una alta probabilidad de que se pusieran de acuerdo en emplear para este fin un dinero mercancía como el oro o la plata, cuyo valor es determinado por el mercado. Los Estados pequeños conducen a más mercado y a menos intervención estatal en el sistema monetario.
¿Si Europa estuviera formada por una colección de pequeños Estados, entonces no vería reducida su influencia en la esfera internacional, sobre todo frente a Estados grandes?
¿Cómo es entonces que Suiza, Liechtenstein, Mónaco y Singapur se las arreglan para estar económicamente a la cabeza? Mi impresión es que esos países son más ricos que Alemania y que los alemanes fueron ricos antes de embarcarse en la aventura del euro. Hemos de librarnos de la idea de que son los Estados quienes hacen negocios. Los negocios los realiza la gente y las empresas que producen aquí y allá. Las economías no consisten en Estados que compiten con otros Estados, sino en empresas que compiten con otras empresas. No es el tamaño de un país lo que determina su prosperidad, sino las habilidades o talentos de sus ciudadanos.
Con independencia del número de territorios soberanos, subsiste la cuestión de saber cuánto gobierno necesitamos. Para el liberalismo clásico bastaba con tener un Estado que hiciera las veces de vigilante nocturno, y se limitase a asegurar la libertad, la propiedad y la paz. Usted estima que para nada se necesita de ningún Estado en absoluto. ¿Por qué?
Los liberales clásicos subestimaron el alcance de la inherente tendencia que tienen los Estados a crecer. ¿Quién dice cuantos policías, jueces y soldados, mantenidos gracias a los impuestos, debe haber en ese Estado vigilante?
Como el mercado funciona con pagos voluntarios que se realizan a cambio de bienes y servicios, la cuestión está clara: la leche se produce en la cantidad demandada por el público y se vende a los precios que los consumidores están dispuestos a pagar. Sin embargo, los gobiernos de cualquier país siempre responderán a la pregunta «¿cuánto?», diciendo que cuanto más dinero tengan, más podrán hacer. Dado que pueden obligar a los ciudadanos a pagar impuestos, los gobiernos exigirán más y más dinero, pero su rendimiento será cada vez más pobre. La idea de un Estado mínimo es un concepto conceptualmente defectuoso. Los Estados mínimos nunca siguen siéndolo a la larga.
¿Pero quién protegerá la propiedad y administrará justicia si no es el Estado?
Para que el Estado disponga de una policía para proteger la propiedad precisa tener ingresos que obtiene mediante impuestos. Sin embargo, los impuestos equivalen a una expropiación. De modo que el Estado se convierte en un protector de la propiedad que al mismo tiempo la expropia. Y un Estado que quiere mantener la ley y el orden, pero puede él mismo dictar leyes, se convierte simultáneamente en defensor e infractor de la ley.
¿A quién quiere encomendar la tarea de proteger los derechos y las propiedades?
Esas tareas deben asumirlas empresas que deben acreditarse en el libre mercado, como sucede con todos los demás bienes y servicios. Toda sociedad se caracteriza por tener conflictos de propiedad. Pero no es necesario que sea el Estado quien los resuelva. Imagine una sociedad sin Estado. En semejante orden natural, cada persona debe ser considerada antes que nada como dueña de las cosas a las que extiende su control. El traje que uno lleva, por consiguiente, es propiedad suya. Sugerir lo contrario requiere hacer frente a la carga de la prueba. Los conflictos en semejante orden social serían resueltos por alguien que ostentara autoridad natural. En las comunidades que forman un pueblo serían las personas que todos respetasen quienes actuarían como jueces. Si hubiera una disputa entre personas pertenecientes a distintas comunidades y estas recurriesen a distintos jueces, el conflicto debería ser resuelto por la autoridad inmediata del nivel superior. Es importante que ningún juez tenga el monopolio para legislar.
Eso suena bastante a poco realista, ¿no cree?
¡Pero no lo es! Fíjese solamente en cómo se resuelven hoy las disputas transfronterizas. En el ámbito internacional rige una especie de anarquía, porque no existe un Estado mundial que lo regule todo. ¿Qué hacen los ciudadanos que viven en el triángulo de Basilea —alemanes, franceses y suizos— cuando se producen conflictos entre ellos? Cualquiera puede primero contactar la jurisdicción que le corresponde. Si no hay acuerdo, se llama a árbitros independientes para decidir el caso. ¿Hay acaso más disputas entre los ciudadanos de esa región que entre los ciudadanos de Colonia y Dusseldorf? No he escuchado eso. Esto demuestra que se pueden resolver las disputas pacíficamente, sin necesidad de que exista un Estado que detente el monopolio legal.
Un sistema legal sin Estado es algo que la gente no puede ni imaginar. ¿No le parece?
¿Por qué? Básicamente, son ideas fáciles de comprender, que a lo largo de los siglos nos fueron arrebatadas por quienes abogaban por entregar el poder a los Estados. Sustituir la libre elección del legislador por parte de la gente por un monopolio estatal en la elaboración de las leyes fue un error evolutivo. Esto último ha llevado al resultado que en las elecciones generales a veces llegan al poder proletarios que utilizan su poder legislativo para enriquecerse a costa de las propiedades de quienes tienen más que ellos. Un jefe de clan, sin embargo, que es elegido voluntariamente como árbitro de las disputas, es habitualmente un hombre que por ser ya rico no tiene razón alguna para apoderarse de las riquezas ajenas. De lo contrario, no habría sido elegido para ser árbitro.
¿Cómo se podrían prevenir las infracciones de los elementales derechos a la libertad, como el derecho a la integridad física, en un mundo en el que no existiese un orden estatal?
Contrapregunta: ¿La existencia de los Estados impide acaso en la realidad que esas violaciones existan? Siempre habrá sitios en los que se produzcan asesinatos y homicidios, mientras los seres humanos sean seres humanos. ¿Han mejorado esto los Estados en modo alguno? Tengo mis dudas. Los Estados también son dirigidos por hombres. Pero a diferencia de una sociedad sin Estado, los líderes estatales tienen un monopolio en su posición de poder que solo a veces es temporal.
¿No les volverá eso aún peores de lo que ya son? Los seres humanos no son ángeles, sino que causan con frecuencia daños y maldades. Por esa razón, la mejor defensa de la libertad y de la propiedad es no permitir que nadie pueda crear un monopolio. Tan pronto como exista un monopolio, no serán los seres angelicales quienes asciendan a sus puestos de dirección.
Supongamos que hacemos lo que usted dice y transferimos a organizaciones privadas funciones clásicas de los Estados como son la protección de la propiedad y la administración de justicia. Entonces tendremos el problema de que en esas organizaciones también serán los malos quienes asuman el mando y creen cárteles a costa de los ciudadanos. ¿No lo cree?
El riesgo de que esto suceda es bajo. Los cárteles solo pueden sobrevivir a largo plazo si el Estado los protege. Las empresas crean cárteles para repartirse un mercado entre ellas. Esto beneficia a los miembros más débiles. Los miembros más poderosos del cártel pueden, sin embargo, conseguir una porción mayor del mercado quedándose fuera del cártel. Una vez que se dan cuenta de ello, el cártel se rompe.
Pero hasta que eso suceda, los miembros del cártel explotarán a los ciudadanos, ¿no?
Eso equivale a que te suicidas por miedo a que te maten. Si se transfiere la tarea al Estado, este dispone desde el principio de un monopolio del que puede abusar para restringir la libertad de los ciudadanos.
¿Cómo se resolvería el problema de los efectos externos (las externalidades) en una sociedad sin Estado regida por leyes privadas? ¿Quién se encargaría, por ejemplo, de que el causante de un daño medioambiental también soportase los costes?
El problema es fácil de resolver. Tienes que reconocer a la parte perjudicada el derecho a reclamar. Lo que le permite perseguir judicialmente al causante del daño para que le indemnice. En el siglo XIX era una práctica frecuente que los ciudadanos demandaran a las empresas cuando estas dañaban su propiedad a causa de la contaminación ambiental que aquellas originaban. Más adelante, para proteger a ciertas industrias, el Estado limitó esa legitimación activa. Es crucial que los derechos de propiedad sean asignados con claridad. El principio básico debe ser que: quienquiera que llegue primero, consigue los derechos de propiedad. Por ejemplo, si una empresa construye una fábrica que genera fuertes emisiones contaminantes en las cercanías de una zona residencial, en ese caso los ciudadanos afectados deben poder reclamar que se les compense por ello. Este es un principio muy simple que hasta los niños entienden. En los Estados Unidos, en la época de los buscadores de oro, se desarrollaron criterios que permitieron a los mineros hacer valer sus quejas sin la ayuda del Estado. En aquel tiempo había gente que se encargó de resolver esas quejas. Eso demuestra que las cuestiones de propiedad pueden ser resueltas sin un Estado.
No se puede organizar la defensa sin un Estado y nadie puede ser excluido de la seguridad que un ejército proporciona. ¿En consecuencia no cree usted que se necesita un Estado que fuerce a los ciudadanos vía impuestos a financiar el ejército?
¿Quién dice que todos los ciudadanos quieren ser defendidos? Vivimos en un mundo de escasez. El dinero que se gasta en defensa ya no se puede destinar a otros propósitos. Tal vez alguna gente no quiera que se la defienda y prefiera, en cambio, disfrutar de unas vacaciones en Hawái. En un ataque exterior posiblemente elegirían abandonar el país y no necesitarían ser defendidos por ejército alguno.
El Estado no tiene derecho a forzarlos mediante impuestos a financiar una fuerza armada. En una sociedad libre de Estado, la gente puede, si así lo desea, crear unidades más pequeñas, como comunidades en un pueblo, y defenderse por sí mismas, o puede contratar seguridad privada. Tendrían la libertad de decidir por sí mismos cómo y en qué gastar su dinero.
Traducido originalmente del inglés por Juan José Gamón Robres. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.