This an extract of Hoppe’s A Realistic Libertarianism (2018) in Spanish. The original essay is an extended version of a PFS conference given in 2014 and was printed on Getting Libertarianism Right (2018).
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Los libertarios de izquierda y la inmigración
Este en un extracto que constituye la tercera parte de un escrito más largo de Hans-Hermann Hoppe titulado originalmente Un libertarismo realista.
El papel de los libertarios de izquierda como viagra del Estado se convierte aún más aparente cuando uno considera sus posiciones en la cada vez más virulenta pregunta de la inmigración. Los libertarios de izquierda son típicamente fervientes defensores en particular de una política de inmigración ‘libre y no discriminatoria’. Si ellos critican las políticas inmigratorias del Estado, no es por el hecho de que las restricciones de entrada son las restricciones incorrectas, es decir, que no sirven para proteger los derechos de propiedad de los ciudadanos del país, sino por el hecho de que impone cualquier restricción a la inmigración en absoluto.
¿Pero bajo qué base debería haber derecho a una inmigración sin restricciones y «libre»? Nadie tiene derecho de mudarse a un lugar a menos que haya sido invitado por el ocupador actual. Y si todos los lugares ya están ocupados, toda la inmigración es inmigración por invitación solamente. Un derecho para una inmigración «libre» existe solo para tierras vírgenes, para la frontera abierta.
Solo hay dos formas para llegar a esta conclusión y todavía rescatar la noción de inmigración «libre». Primero se tiene que colocar a todos los ocupantes actuales y ocupaciones bajo sospecha moral. Para este propósito, se le da mucha importancia al hecho de que todas las ocupaciones actuales han sido afectadas por acciones del Estado, guerras y conquistas previas. Y ciertamente, las fronteras estatales han sido dibujadas y redibujadas, las personas han sido desplazadas, deportadas, asesinadas y reasentadas, y los proyectos de infraestructura financiados por el Estado (carreteras, instalaciones de trasporte público, etc., etc.) han afectado el valor y el precio relativo de casi todas las localidades y han alterado el viaje a distancia y el costo entre ellas. Como ya se ha explicado en un contexto ligeramente diferente, sin embargo, de este hecho indisputable no se sigue que cualquier ocupante actual de un lugar tenga un derecho a migrar a cualquier otro lugar (excepto, por supuesto, cuando él es dueño de ese lugar o tiene permiso de su dueño actual). El mundo no le pertenece a todos.
La segunda posible salida es afirmar que toda la propiedad pública —la propiedad controlada por gobiernos locales, regionales o centrales— es similar a una frontera abierta, con acceso libre y sin restricciones. Pero esto es ciertamente erróneo. Del hecho de que la propiedad gubernamental sea ilegítima porque está basada en expropiaciones previas, no se sigue que no tiene poseedor y es libre para todos. Ha sido financiada a través del pago de impuestos locales, regionales, nacionales o federales, y son los que han pagado estos impuestos, entonces, y nadie más, quienes son los legítimos dueños de toda la propiedad pública. Ellos no pueden ejercer su derecho —que ha sido arrogado por el Estado— pero ellos son los dueños legítimos.
En un mundo en donde todos los lugares son poseídos privadamente, el problema de la inmigración desaparece. No existe ningún derecho a la inmigración. Solo existe el derecho a intercambiar, comprar o rentar varios lugares. Pero, ¿qué hay de la migración en el mundo real con propiedad pública administrada por el gobierno local, regional o del Estado central?
Primero: ¿Cómo serían las políticas inmigratorias si el Estado actuara, como supuestamente tiene que hacer, como un síndico de los dueños-contribuyentes de la propiedad pública? ¿Y qué hay de las políticas migratorias si el Estado actuara como el administrador de la propiedad comunitaria poseída y financiada en conjunto por los miembros de la asociación de vivienda o por la comunidad cerrada?
Por lo menos en principio la respuesta es clara. Una pauta de un administrador sobre la inmigración sería el principio de «costo total». Que es, el inmigrante o su residente invitado debe pagar el costo completo del uso del inmigrante de todos los bienes públicos o instalaciones durante su presencia. El costo de la propiedad comunitaria financiada por los residentes contribuyentes no debe aumentar o su calidad caer debido a la presencia de inmigrantes. Al contrario, si es posible, la presencia de un inmigrante debe producir a los residentes-dueños una ganancia, sea en la forma de impuestos o tarifas comunitarias menores o en una calidad más alta de la propiedad comunitaria (y por ende valores de propiedad más altos).
Lo que la aplicación del principio de costo total involucra en detalle depende de las circunstancias históricas, es decir, particularmente de la presión migratoria. Si la presión es baja, la entrada inicial a carreteras públicas puede estar totalmente libre de restricciones a los ‘extranjeros’ y todos los costos asociados con inmigrantes son totalmente absorbidos por residentes domésticos con la expectativa de ganancias domésticas. Toda la discriminación restante sería dejada al dueño residente. (Incidentalmente, esta es prácticamente la situación, como ha sido en el mundo occidental desde la Primera Guerra Mundial). Pero aun así, la misma generosidad no se extendería probablemente al uso hecho por los inmigrantes de hospitales públicos, escuelas, universidades, viviendas, piscinas, parques, etc. La entrada a dichas instalaciones no sería «libre» para los inmigrantes. Al contrario, se cobraría a los inmigrantes un precio más alto por su uso que a los dueños residentes domésticos que han financiado estas instalaciones, para así disminuir la carga de impuestos domésticos. Y si un inmigrante visitante temporal quiere convertirse en un residente permanente, se puede esperar el pago de un precio de admisión, a ser remitido a los dueños actuales como compensación por el uso extra hecho de su propiedad comunitaria.
Por otro lado, si la presión inmigratoria es alta —como lo es actualmente en todo el mundo occidental dominado por hombres blancos heterosexuales— medidas más restrictivas pueden ser empleadas para los mismos propósitos de proteger a los dueños residentes de la propiedad comunitaria y privada. Podría haber controles de identificación no solo en los puestos de entrada, sino también a nivel local, para mantener fuera a criminales conocidos y gentuza indeseable. Y aparte de las restricciones específicas impuestas a los visitantes por parte de dueños residentes individuales sobre el uso de sus variadas propiedades privadas, también podrían existir restricciones de entrada local más generales. Algunas comunidades especialmente atractivas podrían cobrar una tarifa de entrada por cada visitante (a excepción de huéspedes invitados residentes) a ser remitido a los dueños residentes, o requerir algún tipo de código de conducta con respecto a toda la propiedad comunitaria. Y los requisitos para la propiedad y residencia permanentes para algunas comunidades podrían ser altamente restrictivas e involucrar una selección intensiva y un alto precio de admisión, como es todavía el caso de algunas comunidades suizas.
Pero, por supuesto, entonces: esto no es lo que hace el Estado. Las políticas inmigratorias de los Estados que son confrontados con la mayor presión inmigratoria, Estados Unidos y Europa Occidental, tienen poco parecido a las acciones de un síndico. No siguen la regla del principio de costo total. No le dicen al inmigrante esencialmente que «pague o váyase». Al contrario, le dicen «una vez dentro, puedes quedarte y usar no solo todas las carreteras, sino todo tipo de instalación pública y servicio de manera gratuita o a un precio descontado aun si no pagas». Es decir, subsidian a los inmigrantes, o más bien: fuerzan a los contribuyentes domésticos a subsidiarlos. En particular, también subsidian empleadores domésticos que importan trabajadores extranjeros más económicos. Porque tales empleadores pueden externalizar parte del costo total asociado a su empleo —el libre uso que sus empleados extranjeros pueden hacer de la propiedad pública y todas las instalaciones domésticas— sobre los otros contribuyentes domésticos. Y todavía subsidian más aún la inmigración (migración interna) a costa de los gastos de los residentes contribuyentes al prohibir —por medio de leyes antidiscriminatorias— no solo todas las restricciones de entrada internas y locales, sino también cada vez más toda restricción con respecto a la entrada y uso de toda propiedad privada doméstica.
Y para la entrada inicial de inmigrantes, sean visitantes o residentes, los Estados no discriminan sobre la base de características individuales (como un buen síndico haría, y como todo dueño de propiedad privada también con respecto a su propia propiedad), sino sobre la base de grupos o clases de personas, es decir, basado en nacionalidad, etnicidad, etc. No aplican un estándar de admisión uniforme: chequeando la identidad del inmigrante, llevando acabo algún tipo de chequeo sobre su crédito, y posiblemente cobrándole una tarifa de admisión, en vez de eso, permiten la entrada a alguna clase de extranjeros de manera libre, sin el requisito de una visa, como si fuesen residentes de regreso. Así, por ejemplo, todos los rumanos o búlgaros, con independencia de sus características individuales, son libres de migrar a Alemania o a Holanda y quedarse ahí para usar todos los bienes públicos e instalaciones, aun si ellos no pagan y viven a costa de los contribuyentes alemanes u holandeses. De manera similar, para los puertorriqueños respecto a Estados Unidos y los contribuyentes americanos, y también para los mexicanos, a quienes se les permite efectivamente entrar a Estados Unidos ilegalmente, como intrusos no invitados y no identificados. Por otro lado, otras clases de extranjeros son objetos de minuciosas restricciones de visas. Así, por ejemplo, todos los turcos, otra vez, con independencia de sus características individuales, deben pasar por un proceso intimidante para las visas y pueden ser completamente impedidos de viajar a Alemania u Holanda, incluso si han sido invitados y tienen suficiente capital para pagar por todos los costos asociados con su presencia.
Los dueños contribuyentes que residen son, por tanto, dañados dos veces: una al incluir alguna clase de inmigrantes indiscriminadamente aun si ellos no pueden pagar y por otro lado al excluir indiscriminadamente otra clase de inmigrantes aun si ellos pueden pagar.
Sin embargo, los libertarios de izquierda no critican estas políticas inmigratorias como contrarias a esas de un buen síndico de propiedad pública que pertenece en última instancia a los dueños contribuyentes domésticos y privados, es decir, por no aplicar el principio de costo total y por tanto discriminar incorrectamente, sino tan solo por discriminar. Una inmigración libre y no discriminatoria significa para ellos una entrada libre de visa y la residencia permanente disponible para todos, es decir, para cada inmigrante potencial en términos iguales, sin tener en cuenta las características individuales o la capacidad de pagar por el costo completo de la estadía personal. Todos están invitados a quedarse en Alemania, Holanda, Suiza o en Estados Unidos, por ejemplo, y hacer libre uso de todas las instalaciones y servicios públicos domésticos.
A favor de ellos, los libertarios de izquierda reconocen algunas de las consecuencias que esta política tendría en el mundo actual. En ausencia de cualquier restricción interna o local sobre el uso de propiedades y servicios públicos y en cada vez más ausencia de todas las restricciones de entrada con respecto al uso de la propiedad privada doméstica (debido a innumerables leyes antidiscriminatorias), el resultados predecible sería una entrada masiva de inmigrantes del tercer y segundo mundo a Estados Unidos y Europa occidental y el rápido colapso del actual sistema doméstico de ‘bienestar público’. Los impuestos se tendrían que aumentar bruscamente (encogiendo aún más la productividad económica) y la propiedad y los servicios públicos se deteriorarían dramáticamente. Se produciría una crisis financiera de una magnitud sin comparación.
Pero, ¿por qué sería esto una meta deseable para cualquiera que se llame libertario a sí mismo? Ciertamente, el sistema de bienestar público financiado por los contribuyentes debería ser eliminado, de raíz a rama. Pero la crisis inevitable que una política de inmigración «libre» traería no produce este resultado. Al contrario: las crisis, como todo aquel vagamente familiarizado con la historia sabría, son típicamente usadas y frecuentemente fabricadas de manera intencional por los Estados para incrementar aún más su propio poder. Y seguramente la crisis producida por una política de inmigración «libre» sería una extraordinaria.
Lo que los libertarios de izquierda típicamente ignoran en su despreocupada o hasta compasiva consideración de las crisis predecibles es el hecho de que los inmigrantes que causaron el colapso todavía están físicamente presentes cuando ocurren. Para los libertarios de izquierda, debido a sus concepciones igualitaristas, este hecho no implica un problema. Para ellos, todas las personas son más o menos iguales y, por lo tanto, un incremento en el número de inmigrantes no tiene más impacto que el incremento de la población doméstica por medio de un más alto porcentaje de natalidad. Sin embargo, para todo realista social, ciertamente para cualquiera con algo de sentido común, esta premisa es patentemente falsa y potencialmente peligrosa. Un millón o más de nigerianos o árabes viviendo en Alemania o un millón más de mejicanos o hutus o tutsis residiendo en Estados Unidos es una cosa bastante diferente a un millón de alemanes o americanos que crecieron en casa. Con un tercio de millón de inmigrantes de tercer y segundo mundo presentes cuando la crisis golpee y los cheques dejen de llegar, es poco probable que de ello resulte alguna consecuencia pacífica y que emerja un orden social natural basado en la propiedad privada. Más bien, es mucho más probable y efectivamente casi cierto que guerras civiles, saqueo, vandalismo, y guerras entre bandas tribales o étnicas estalle en su lugar; y el llamado por el Estado del hombre fuerte se volverá cada vez más inequívoco.
¿Por qué, entonces, uno podría preguntar, no adopta el Estado la política libertaria de inmigración «libre» y aprovecha la oportunidad ofrecida por la crisis predecible para fortalecerse más en su propio poder? A través de sus políticas internas antidiscriminatorias y también de sus políticas inmigratorias actuales, el Estado ya ha hecho mucho para fragmentar la población doméstica y así incrementar su propio poder. Una política de «inmigración libre» añadiría otra enorme dosis de «multiculturalismo» no discriminatorio. Fortalecería aún más la tendencia hacia la deshomogenización, división y fragmentación, y debilitaría aún más el orden social tradicional dominado por hombres blancos heterosexuales ‘burgueses’ y la cultura asociada con «Occidente».
No obstante, la respuesta a ‘¿por qué no?’ parece simple. En contraste a los libertarios de izquierda, las élites gobernantes son todavía lo suficientemente realistas como para reconocer que detrás de grandes oportunidades para el crecimiento estatal, la crisis predecible también acarrearía un riesgo incalculable y podría llevar a una convulsión social de tal proporción que ellos mismos serían barridos fuera del poder y reemplazados por otra élite ‘extranjera’. En consecuencia, las élites gobernantes proceden solo gradualmente, paso a paso, en su propio camino a un «multiculturalismo no discriminatorio». Y todavía ellos están felices sobre la propaganda de la izquierda libertaria de una «inmigración libre», porque ayuda al Estado a no solo mantenerse en su presente curso de divide et impera, sino también a proceder a un paso acelerado.
Contrario a sus propios pronunciamientos y pretensiones antiestatistas, entonces, la peculiar victimología de la izquierda libertaria y su demanda por bondad indiscriminada e inclusiva frente a la larga y familiar lista de «víctimas» históricas, incluyendo en particular también a todos los extranjeros potencialmente inmigrantes, resulta ser en realidad una receta para un mayor crecimiento del poder estatal. Los marxistas culturales saben esto, y esa es la razón por la que adoptaron la misma victimología. Los libertarios de izquierda aparentemente no saben esto y son así los idiotas útiles de los marxistas culturales en su marcha a un control social totalitario.
Déjenme llegar a una conclusión y regresar al libertarismo y al asunto de la izquierda y la derecha; y de este modo también a la respuesta de mi pregunta retórica más temprana sobre la victimología peculiar izquierdista y su significado.
No puedes ser un libertario de izquierda consistente, porque la doctrina de los libertarios de izquierda, aun si no es intencional, promueve el estatismo, es decir, fines antilibertarios. De esto, muchos libertarios han llegado a la conclusión de que el libertarismo no es de derecha o de izquierda. Que es sólo un libertarismo «ligero». Yo no acepto esta conclusión. Tampoco, aparentemente, lo hizo Murray Rothbard cuando terminó la cita presentada inicialmente diciendo: «pero psicológicamente, sociológicamente, y en la práctica, simplemente no funciona de esa forma». Ciertamente, yo me considero un libertario de derecha —o, si eso puede sonar más atractivo, un libertario realista o de sentido común— y uno consistente en ello.
Es cierto, la doctrina libertaria es puramente teoría apriorística y deductiva y como tal no dice o implica nada sobre las afirmaciones rivales de la derecha y la izquierda sobre la existencia, el grado y las causas de las desigualdades humanas. Eso es un asunto empírico. Pero sobre este asunto la izquierda resulta ser en gran parte poco realista, errada y vacía de sentido común, mientras que la derecha es realista y sensata y está esencialmente en lo correcto. En consecuencia, puede que no haya nada malo con aplicar una teoría apriorística correcta de cómo la cooperación humana pacífica es posible a una descripción del mundo realista, es decir, fundamentalmente derechista. Ya que solo en base a una presunción empírica correcta sobre el hombre es posible llegar a la evaluación correcta en cuanto a la implementación práctica y la sostenibilidad de un orden social libertario.
Realistamente, entonces, un libertario de derecha no solo reconoce que las habilidades físicas y mentales están distribuidas desigualmente alrededor de los diferentes individuos dentro de cada sociedad y que en consecuencia cada sociedad será caracterizada por innumerables desigualdades, por la estratificación social y una multitud de órdenes de rango de logros y autoridad. También reconoce que tales habilidades están distribuidas de manera desigual alrededor de las muchas diferentes sociedades coexistiendo en el planeta y que consecuentemente también el mundo como un todo será caracterizado por desigualdades regionales y locales, disparidades, estratificación y orden de rangos. Como con los individuos, tampoco todas las sociedades son iguales o están una con la otra a la par. Él nota además que alrededor de estas habilidades distribuidas desigualmente, tanto dentro de cualquier sociedad dada como entre diferentes sociedades, está también la habilidad mental de reconocer los requerimientos y beneficios de la cooperación pacífica. Y nota que la conducta de varios Estados regionales o locales y sus respectivas élites de poder que han emergido de diferentes sociedades pueden servir como un buen indicador para los diferentes grados de desviación del reconocimiento de los principios libertarios en tales sociedades.
Más específicamente, él nota de manera realista que el libertarismo, como sistema intelectual, fue desarrollado por primera vez y más elaborado en el mundo occidental, por parte de hombres blancos, en sociedades dominadas por los mismos. Que es en sociedades blancas dominadas por hombres heterosexuales, donde la adhesión a los principios libertarios es la más grande y las desviaciones de ellas son las menos severas (como es indicado por políticas estatales comparativamente menos malvadas y extorsionistas). Que son los hombres blancos heterosexuales, quienes han demostrado el mayor ingenio, industria y proeza económica. Y que son las sociedades dominadas por hombres blancos heterosexuales, y en particular por los más exitosos entre ellos, las que han producido y acumulado la mayor cantidad de bienes de capital y han logrado el más alto promedio de estándares de vida.
A la luz de esto, como un libertario de derecha, yo, por supuesto, le diría primero a mis hijos y estudiantes: siempre respeta y no invadas los derechos de propiedad privada de otros y reconoce al Estado como un enemigo y ciertamente la propia antítesis de la propiedad privada. Pero no lo dejaría ahí. No diría (o implicaría silenciosamente) que una vez que hayas satisfecho estos requisitos «todo vale». ¡Que es prácticamente lo que los libertarios ‘ligeros’ parecen estar diciendo! No sería un relativista cultural como la mayoría de los libertarios «ligeros» son al menos implícitamente. En lugar de eso, añadiría (como mínimo): sé y haz lo que te haga feliz, pero siempre mantén en mente que mientras seas una parte integral de la división de trabajo mundial, tu existencia y bienestar depende decisivamente en la continua existencia de otros, y especialmente en la existencia continua de sociedades dominadas por hombres blancos heterosexuales, sus estructuras familiares patriarcales, y su estilo de vida y conducta burguesas o aristocráticas. Por tanto, aún si no quieres tener algún papel en eso, reconoce que eres no obstante un beneficiario de este modelo estándar «occidental» de organización y, entonces, para tu propio bien, no hagas nada para socavarlo, sino apóyalo como algo que debe ser respetado y protegido.
Y a la larga lista de ‘víctimas’ les diría: haz tu propia cosa, vive tu propia vida, mientras lo hagas pacíficamente y sin invadir los derechos de propiedad de otros. En la medida en que estés integrado en la división de trabajo internacional, no le deberás restitución a nadie, ni tampoco nadie te deberá restitución alguna. Tu coexistencia con tus supuestos ‘victimarios’ es mutuamente beneficiosa. Pero ten en cuenta que mientras los ‘victimarios’ pueden vivir y existir sin ti, lo contrario no es verdad. La desaparición de los ‘victimarios’ solo arriesgaría tu existencia misma. Por lo tanto, aun si no quieres modelarte con los ejemplos proporcionados por la cultura del hombre blanco, sé consciente que es solo a cuenta de la continua existencia de este modelo que todas las culturas alternativas pueden ser sostenidas a los estándares de vida presentes y que con la desaparición de este modelo «occidental» como un Leitkultur globalmente efectivo, la existencia de muchos, si no de todos tus compañeros ‘víctimas’, estaría en peligro.
Eso no significa que tú no debas ser crítico con el mundo «occidental» dominado por hombres blancos. Después de todo, incluso estas sociedades que siguen más de cerca este modelo también tienen varios Estados y son responsables por reprensibles actos de agresión no solo en contra de sus dueños domésticos de propiedades, sino también en contra de extranjeros. Pero tampoco donde vives ni en ningún otro lugar debe confundirse el Estado con «el pueblo». No es el Estado «occidental», sino el estilo de vida y la conducta «tradicional» (normal, estándar, etc.) del «pueblo» occidental, que está bajo un ataque cada vez más pesado por parte de sus «propios» gobernantes estatales en camino hacia el control social totalitario, el que merece tu respeto y del cual eres un beneficiario.
Traducido originalmente del inglés por Pedro García. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.