This is a Spanish translation of an interview that Hans-Hermann Hoppe gave to the Association for Liberal Thinking in Turkey in 2004.
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La esperanza se encuentra en la secesión
Entrevista a Hans-Hermann Hoppe concedida a la Association for Liberal Thinking de Turquía.
P: ¿Cómo llegaste a ser libertario y qué pensadores fueron los más importantes en la formación de su pensamiento?
Hoppe: Cuando todavía era joven, estudiante alemán de secundaria, yo era un marxista. Más tarde, como estudiante en la Universidad de Frankfurt, me encontré con la crítica de Böhm-Bawerk a Marx, y aquello aniquiló la economía marxista para mí.
En consecuencia, después de eso, me hice un poco escéptico, atraído por la metodología positivista y especialmente falsacionista de Popper y por el programa gradual de ingeniería social de Popper. Como el propio Popper, en ese momento yo era un socialdemócrata de derecha.
Y luego las cosas comenzaron a cambiar rápidamente. En primer lugar, descubrí a Milton Friedman (muy bueno), entonces Hayek (mejor), luego Mises (mucho mejor debido a su metodología explícitamente antipositivista y a priori) y, por último, el sucesor teórico más importante de Mises, Murray N. Rothbard.
P: ¿En qué medida su educación formal coincidió con su transformación libertaria?
Hoppe: No aprendí nada de libertarismo o de mercado libre en la universidad. Mis profesores eran socialistas o intervencionistas. De vez en cuando (muy raramente), los nombres de algunos promercado libre eran mencionados: Böhm-Bawerk, Mises, Hayek, y también como un sociólogo Herbert Spencer. Sin embargo, eran descartados inmediatamente como anticuados y obsoletos apologistas del capitalismo, indignos de la atención de cualquier «intelectual serio». Así que tuve que averiguar todo por mi cuenta, a través de mucha lectura. He leído casi todo lo relacionado con la economía; y hoy, mirando en retrospectiva, la mayor parte del material leído fue una pérdida de tiempo total.
P: En los primeros años del siglo XX, los economistas «capitalistas» estaban en posiciones más defensivas. Esto fue particularmente explícito antes de que Mises empezara a criticar el socialismo en sus obras. Los escritos de Mises fueron fundamentales en que los socialistas adoptaran su posición defensiva actual. Los escritos de Mises también allanaron el camino para una economía diferente, fuera del paradigma neoclásico.
Durante su educación formal, ¿su opinión de la economía austriaca era, o debía ser, distinta del pensamiento neoclásico? ¿Cómo fue el proceso de dejar de ser apenas crítica para convertirse en un enfoque alternativo?
Hoppe: Hasta la década de 1950, la mayoría de los economistas compartían la misma visión de Lionel Robbins acerca de la naturaleza de la economía. Robbins, quien había sido fuertemente influenciado por Mises, presentó en su famoso libro An Essay on the Nature and Significance of Economic Science (1932), la economía como una especie de lógica aplicada (la «praxeología» de Mises). El análisis económico debía basarse en algunas suposiciones simples y verdaderas evidentemente (axiomas) y llegar, a través de una deducción lógica, a varias conclusiones irrefutables (teoremas económicos).
Estas conclusiones o teoremas, a condición de que ningún error se hubiera cometido en el proceso de deducción, deben de ser lógicamente verdaderas, y sería un error si alguien quisiera «probar empíricamente» tales teoremas. (Nosotros tampoco probamos «empíricamente» verdades y argumentos lógicos, o incluso proposiciones matemáticas. Por ejemplo, no probamos empíricamente la ley de Pitágoras; podemos probarla deductivamente. Y el que quiera «probarla» empíricamente, midiendo ángulos y longitudes, no será considerado «científico», sino alguien totalmente confundido). Hoy en día, solo los austriacos todavía defienden este punto de vista (correcto) de la economía como una lógica aplicada.
Desde la década de 1950, debido en gran parte a la influencia de Milton Friedman, la mayoría de los economistas comenzaron a adoptar la visión «positivista» de que la economía debe tratar de emular los métodos utilizados en la física. Como resultado, la economía moderna fue transformada en unas simples matemáticas de bajo nivel, carente de cualquier significado empírico y de cualquier aplicación práctica. Los economistas de hoy en día se limitan a hacer dos cosas, ambas una pérdida de tiempo total: construir y probar «modelos» para (en la mejor de las hipótesis) probar lo que ya es obvio para cualquier ser humano mínimamente inteligente —como el hecho de que el agua corre hacia abajo— y demostrar por medios empíricos lo que se puede comprobar a través de la lógica (como confirmar la ley de Pitágoras empíricamente).
Sin embargo, en muchos casos, y con los mismos métodos, ellos también se esfuerzan por «demostrar» empíricamente que, en algunos casos, el agua puede subir y la ley de Pitágoras puede que ya no sea válida. Esto sucede cuando los economistas defienden, por ejemplo, los controles de precios para combatir la hambruna o el aumento del gasto público para combatir la recesión, siempre bajo el argumento de que «esta vez será diferente». Y nunca lo es. En resumen, la economía convencional moderna se encuentra en una situación de desastre total.
Cuando empecé a estudiar economía, me enseñaron una metodología positivista. Sin embargo, desde el principio, nunca me convenció. La ley de la utilidad marginal, o la teoría cuantitativa del dinero, o la afirmación de que un aumento en el salario mínimo de 1000 dólares cada día daría lugar a un desempleo masivo no parecían ser suposiciones cuestionables que necesitaran algún tipo de prueba empírica, sino obvias verdades lógicas. Me tomó un tiempo darme cuenta de que este era en realidad el punto de vista clásico, más explícitamente defendido por Robbins y Mises. El descubrimiento de Mises y Robbins, por lo tanto, fue un gran alivio para mí intelectualmente, y eso es lo que me hizo tomar (y estudiar) la economía en serio.
La actual economía convencional, llamada mainstream, es totalmente irrelevante. Peor aún: está siempre abierta a la peligrosa idea de la experimentación y de la ingeniería social (¿qué otra forma hay para probar hipótesis?), una verdadera tentación para los políticos demagogos. Por eso, el Estado intervencionista moderno se muestra siempre plenamente dispuesto a financiar toda una serie de economistas. El Estado sabe que ellos crearán justificaciones para cualquier programa de intervención. Por otra parte, la economía austriaca no es de gran importancia práctica, y también se opone rigurosamente a cualquier tipo de intervencionismo por ser contraproducente. No es de extrañar, pues, que la escuela austriaca no reciba ninguna ayuda o apoyo financiero.
Sin embargo, soy optimista sobre el futuro de la economía convencional: creo que va a desaparecer por su propia irrelevancia (los artículos académicos publicados en famosos periódicos prácticamente no tienen lectores) y será desplazada por la escuela austriaca. Una buena indicación de esto es la proliferación espontánea de Institutos Mises en todo el mundo, los cuales tienen más lectores que cualquier web de economía convencional.
P: En su versión moderna, la escuela austriaca, con su énfasis en los derechos de propiedad, el espíritu emprendedor y la libertad, tiene aliados naturales entre las diferentes escuelas de pensamiento económico. Por ejemplo, el enfoque de los derechos de propiedad desarrollados por Coase y Alchian es muy similar a las posiciones de los austriacos. ¿Cree usted que los escritos de Mises ejercieron alguna influencia en el énfasis en los derechos de propiedad y soluciones de mercado en las otras escuelas? ¿Hay algún vínculo visible entre Mises y algunas de estas personas?
Hoppe: Ignoro cualquier vínculo intelectual entre Mises y la escuela de Chicago moderna, tanto económico como legal. Tampoco existe ninguna relación entre el pensamiento de Mises y las ideas de Coase y su sucesor, Richard Posner. Por otra parte, Hayek fue uno de los profesores de Coase en la London School of Economics.
La semejanza entre la visión austriaca y la visión de Chicago acerca de la economía y el derecho no es más que superficial. De hecho, estas dos tradiciones intelectuales son esencialmente opuestas entre sí. Es un error común, pero muy grave, pensar que la escuela de Chicago es una defensora de los derechos de propiedad. De hecho, Coase y sus seguidores son los enemigos más peligrosos de los derechos de propiedad. Sé que esto puede sonar increíble para algunas personas. Así que permítanme explicar esta posición, usando uno de los ejemplos que ofrece Coase en su famoso artículo sobre «Costo social».
Un ferrocarril pasa junto a una granja. El tren motor emite chispas y las chispas dañan las cosechas de los agricultores. ¿Qué se debe hacer? Desde el punto de vista austriaco (y también clásico, y también de sentido común), lo que se debe establecer es quién estaba allí en primer lugar: ¿el agricultor o el ferrocarril? Si era el agricultor, entonces podría obligar al ferrocarril a suspender sus actividades (a través de una orden de cesión), o dejar que emitan chispas y entonces exigir compensación. Si el ferrocarril fue el que se asentó allí en primer lugar, entonces podría continuar emitiendo chispas, y el agricultor tendría que pagar al ferrocarril si quisiera estar libre de chispas.
Pero la respuesta de Coase y Posner es totalmente diferente. Según ellos, es un error pensar en el agricultor y el ferrocarril en términos de «correcto» o «incorrecto», «agresor» y «víctima». Permítanme citar el inicio del famoso artículo de Coase:
El problema se suele considerar como: «A causa daño a B», y la decisión a tomar es «¿Cómo debemos restringir a A?». Pero esto está mal enfocado. Se trata de un problema de carácter recíproco. Evitar el daño a B sería infligir daño a A. La verdadera cuestión que debe decidirse es: ¿debe permitirse que A dañe a B o sería B quien debería tener permiso para hacer daño a A? El problema es cómo evitar el daño más grave.
En otras palabras, el problema es el de maximizar el valor de la producción o «riqueza». Según Posner, cualquier cosa que aumente la riqueza social es justa y cualquier cosa que no la aumente es injusta. La tarea de los tribunales, por lo tanto, sería la de determinar los derechos de propiedad (y responsabilidad legal) de los denunciantes para que la «riqueza» sea máxima.
Para el ejemplo anterior considerado, esto significa que, si el costo de evitar las chispas es menor que la pérdida de la cosecha, el tribunal debe proteger al agricultor y responsabilizar al ferrocarril. Por otro lado, si el costo de evitar las chispas es mayor que la pérdida de la cosecha, entonces el tribunal debe estar de lado con el ferrocarril y declarar al agricultor responsable. Posner ofrece otro ejemplo. Una fábrica emite humo y, por lo tanto, disminuye el valor de las propiedades en los barrios residenciales. Si el valor de propiedad de las casas cae 3 millones de dólares y el costo de reubicación de la fábrica es de 2 millones de dólares, la planta debe ser condenada y obligada a reubicarse. Sin embargo, si los números se invierten —el valor de la propiedad cae 2 millones y los gastos de traslado son de 3 millones— la fábrica que emite humo puede continuar allí.
Más importante aún, todo esto también significa que los derechos de propiedad (y las responsabilidades civiles) ya no son estables, constantes y fijos; se han convertido en variables. Los tribunales designarían derechos de propiedad de acuerdo con los datos variables de mercado. Si los datos cambian, los tribunales pueden reordenar estos derechos. Es decir, las diferentes circunstancias conducen a una redistribución de los títulos de propiedad. En este escenario, nadie estaría jamás seguro de su propiedad. La inseguridad jurídica se convertiría en permanente.
Eso no parece justo ni eficiente. Además, ¿quién en su sano juicio usaría un tribunal que ha anunciado que, con el tiempo, puede reasignar los títulos de propiedad existentes en función de las condiciones variables del mercado? Esta forma de asignación de los derechos de propiedad ciertamente no conduce a la maximización de la riqueza en el largo plazo.
P: ¿Qué piensa usted sobre el papel del Estado en la sociedad? ¿El Estado es una necesidad práctica o es un mal necesario? ¿Cómo describiría la transición de un modelo estatista hacia una sociedad liberal clásica?
Hoppe: Antes es necesario definir rápidamente qué es el Estado. Puedo adoptar lo que podría llamarse la definición estándar: un Estado es una agencia que tiene el monopolio de la toma última de decisiones jurídicas en todos los casos de conflicto, incluidos los conflictos relacionados con el Estado mismo. Por lo tanto, también tiene el derecho a gravar impuestos sin enfrentar resistencia.
En microeconomía aprendimos que los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Monopolio, en su sentido clásico, se entiende que es un privilegio exclusivo concedido a un solo productor de un bien o servicio, es decir, es una prohibición de la libre entrada de la competencia en una determinada línea de producción. En otras palabras, sólo una agencia, A, puede producir un determinado bien, X. Todo monopolio de este tipo es malo para los consumidores, ya que, por el hecho de estar protegido contra la entrada de competidores potenciales en su área de producción, el precio del producto X del monopolista será mayor y la calidad de X será menor de lo que sería en un entorno competitivo.
¿Por qué este razonamiento debería ser diferente cuando se aplica al monopolio estatal de la jurisdicción obligatoria de su territorio? El Estado tiene el monopolio de los servicios jurídicos y policiales. ¿Por qué esta ley económica no se aplicaría a él? Dado que el Estado es un monopolio clásico, se espera que el precio de sus servicios (cuya aceptación es obligatoria) sean más altos y de menor calidad de lo que serían en un entorno competitivo. Para empeorar las cosas, ya que el Estado es el juez incluso de los conflictos en el que él mismo está implicado, se espera que el Estado tenga un interés en provocar conflictos para que él «resuelva» de acuerdo a sus propios intereses. Esto no es justicia (un bien), sino que es injusticia (un mal).
Así que para responder a su pregunta: ¡No! Creo que el Estado es un mal innecesario. En un orden natural, con una variedad de agencias de seguros y de intermediación, el precio de los servicios de justicia caería y la calidad de estos servicios aumentaría. Mi libro Monarquía, democracia y orden natural y mi artículo The Private Production of Defense explican en detalle cómo las sociedades sin Estado —sociedades autónomas, dirigidas por sí mismas— funcionarían y generarían una prosperidad sin precedentes.
Ahora, sobre los objetivos para la transición a la libertad, la respuesta es la misma para cualquier país, ya sea Turquía o Alemania, Francia o China, Colombia o Brasil. La democracia no es la solución, como tampoco fue la solución para los países del antiguo imperio soviético. Ni la centralización, como ocurre en la Unión Europea, sería la respuesta.
Al contrario, la mayor esperanza de la libertad se produce justamente en los países pequeños: Mónaco, Andorra, Liechtenstein, e incluso Suiza, Hong Kong, Singapur, Bermuda, etc. Quien valora la libertad debería animar y hacer todo por la aparición de decenas de miles de estas pequeñas entidades independientes. ¿Por qué no una Estambul libre e independiente que mantenga relaciones cordiales con el gobierno central de Turquía, pero que no tenga que pagar impuestos ni recibir transferencias, y que no reconozca las leyes impuestas por el gobierno central, ya que tiene sus propias?
Al igual que sus predecesores clásicos, los nuevos liberales no buscan la toma del gobierno. Ellos lo ignoran y quieren que el gobierno les deje en paz. Por otra parte, quieren separarse de su jurisdicción a fin de organizar su propia protección. A diferencia de sus predecesores, que sólo trataron de sustituir un gobierno grande por uno pequeño, los nuevos liberales toman la lógica de la secesión a su extremo. Ofrecen secesión ilimitada, es decir, la proliferación sin restricción de territorios libres e independientes, hasta que el alcance de la jurisdicción del Estado se desvanezca. Para este fin —y en contraste con los proyectos estatistas como «Integración Europea», ALCA, NAFTA, «Nuevo Orden Mundial»—, ellos promueven una visión de un mundo con decenas de miles de países, regiones y cantones libres, de cientos de miles de ciudades libres. O, para ser aún más libres, distritos y barrios completamente autónomos y económicamente integrados a través del libre comercio. Como se explicará más adelante, cuanto menor es el territorio, mayor es la presión económica para aceptar el libre comercio. Y cuanto menores son las unidades políticas, mayores serán las posibilidades de adoptar un patrón monetario basado en una materia prima, muy probablemente el oro.
Los defensores de un Estado fuerte y centralizado alegan que tal proliferación de unidades políticas independientes conduciría a la desintegración económica y empobrecimiento. Sin embargo, no sólo la evidencia empírica contradice esta afirmación —todos los pequeños países antes mencionados son más ricos que sus vecinos—, también así un análisis teórico muestra que esta afirmación es un mito estatista más.
Los gobiernos tienen varios pequeños competidores geográficamente cercanos. Si un gobierno pasa a tributar y regular más que sus competidores, la población emigrará, y el país sufrirá una fuga de capitales y de mano de obra. El gobierno se quedará sin recursos y se verá obligado a revocar sus políticas confiscatorias. Cuanto más pequeño sea un país, mayor será la presión sobre él para adoptar un auténtico comercio libre y mayor la oposición a las medidas proteccionistas. Cualquier interferencia gubernamental sobre el comercio exterior conduce a un empobrecimiento relativo, tanto en el país como en el exterior. Sin embargo, cuanto menor es un territorio y su mercado interno, más dramático sería este efecto. Si Estados Unidos adoptase un proteccionismo más fuerte, el nivel de vida medio de los estadounidenses caería, aunque nadie moriría de hambre. Si un pueblo pequeño, como Mónaco, hiciese lo mismo, habría un hambre generalizada casi inmediata.
Imagine una casa de familia como la unidad secesionista más pequeña concebible. Al practicar un comercio libre sin restricciones, incluso el más pequeño de los territorios podría integrarse plenamente en el mercado mundial y disfrutar de todas las ventajas de la división del trabajo. De hecho, sus propietarios pueden convertirse en los más ricos de la tierra. Por otro lado, si la misma familia decide abstenerse de todo comercio inter-regional, el resultado sería la pobreza extrema o incluso la muerte. Por lo tanto, cuanto menor sea el territorio y su mercado interno, más probable es su adhesión al libre mercado.
Por último, sólo voy a mencionar, aunque sin entrar en detalles explicativos por falta de espacio, que la secesión también promovería la integración monetaria y conduciría a la sustitución del actual sistema monetario basado en monedas fiduciarias nacionales —fluctuantes entre sí y que se devalúan todos los días— por un patrón monetario basado en un producto totalmente fuera del control de los gobiernos. En resumen, el mundo estaría formado por pequeños gobiernos liberales y estaría económicamente integrado a través del libre mercado y por una moneda internacional de materia prima como el oro. Sería un mundo de prosperidad, crecimiento económico y avances culturales sin precedentes.
P: ¿Qué tienes que decir sobre el pensamiento libertario en los países en desarrollo? ¿Pueden adoptar una economía de mercado más libre? El sentido común es que cuanto más pobre es un país, mayor es la necesidad de un gobierno fuerte y proveedor. ¿Es usted optimista sobre el futuro de estos países con respecto a los valores liberales clásicos?
Hoppe: La humanidad se ha dotado de esta espléndida facultad como es la razón. Por lo tanto, siempre se puede esperar que la verdad se impondrá al final. Ahora, si es posible ser optimista acerca de un determinado país, dependerá enteramente de la siguiente pregunta: ¿cuántos miembros (en proporción) de la élite intelectual de este país tienen un buen conocimiento acerca de los fundamentos económicos? Una de las tareas centrales de un instituto que promueve ideas económicas es producir y multiplicar el número de estas personas, y así crear motivos para el optimismo.
Lo que un país «en desarrollo» tiene que entender es lo siguiente: hay razones por las que algunos países son ricos y otros son pobres; y esas razones tienen poco que ver con la «explotación» de los pobres por los ricos (aunque tal cosa, sin duda, también ocurre). Sólo hay un camino a la prosperidad general: la división del trabajo, el ahorro y la inversión. Los países ricos son ricos porque, a través de sus ahorros y sus inversiones —ambos posibles gracias a la división del trabajo—, han acumulado una gran cantidad de bienes de capital per cápita. Los países pobres son pobres porque han acumulado poco capital. ¿Por qué hay una gran cantidad de ahorro, inversión y capital acumulado en algunos países y poco o nada en los demás? Debido a que en algunos países hay, o hubo en el pasado, un grado relativamente elevado de protección y garantías a la propiedad privada, mientras que en otros países, la propiedad privada está o ha estado bajo constantes ataques, ya sea a través de impuestos, regulaciones o confiscaciones directas. Donde la propiedad privada no esté protegida, habrá pocos ahorros e inversiones.
Además, es esencial que un país «en desarrollo» entienda que una moneda fuerte y un sistema monetario sólido son también una característica esencial de seguridad. Los países con un historial de alta inflación no atraen inversiones y no permiten la formación de riqueza. Por tanto, es de suma importancia entender la siguiente ley: un aumento en la cantidad del papel moneda creado por el gobierno no puede —nunca, jamás— aumentar la riqueza social. Esto es una imposibilidad física. Después de todo, la impresión de dinero sólo significa aumentar el número de hojas de papel impreso en la sociedad. Esta medida no crea un bien de capital o de consumo individual. Esta medida no aumenta el nivel de vida en su conjunto. Si fuera así de fácil, si más papel moneda pudiese producir más riqueza, simplemente ya no habría ni una persona pobre en todo el mundo.
Lo único que puede hacer la inflación —y de hecho lo hace— es una redistribución sistemática de la riqueza social ya existente, redistribución que se produce a favor del gobierno (que es el productor de dinero) y sus clientes más inmediatos (estatistas, funcionarios públicos y empresarios con buenas conexiones políticas), y a costa de los que reciben este dinero en último lugar; y que, al recibirlo, ya están con su poder de compra reducido, pues los precios de los bienes y servicios de la economía ya han aumentado como resultado de esta inflación monetaria. La inflación monetaria es el equivalente al robo y a la confiscación de los ingresos, y los gobiernos de estos países «en desarrollo» tienen fama de ser los peores agresores de la seguridad monetaria de ciudadanos e inversores.
Mi consejo a los países subdesarrollados: adquieran la reputación de ser un lugar que respeta la propiedad privada, un lugar donde se garantiza que la propiedad, incluyendo el dinero, está a salvo (piense en Suiza, por ejemplo). Así habrá una oportunidad de prosperar. De lo contrario, no hay nada que hacer.
Traducido originalmente del inglés por Enemigos del Estado. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela.