Jorge Soler has translated into Spanish Hoppe’s response to a Loren Lomasky’s piece. The article was originally published on Liberty in 1989, and is also included in his book The Economics and Ethics of Private Property.
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Intimidación por argumento
Respuesta al artículo «The Argument From Mere Argument» de Loren Lomasky publicado en Liberty en septiembre de 1989.
Loren Lomasky se vio intimidado y enfurecido por mi libro A Theory of Socialism and Capitalism. Empezando porque el libro es más ambicioso de lo que su libro indica. «Es», se lamenta, «nada menos que un manifiesto para un anarquismo sin límites». Sea. ¿Y qué? Como explico en el libro, aunque convenientemente Lomasky no lo mencione, el anarquismo sin límites no es nada más que el nombre para un orden social de derechos de propiedad sin límites, es decir, del derecho absoluto a la autopropiedad y el derecho absoluto a apropiarse de recursos no previamente poseídos, de emplearlos para cualquier propósito que uno crea necesario en tanto esto no afecte a la integridad física de los recursos apropiados por otros de igual manera, y de entrar en cualquier acuerdo contractual con otros propietarios que se considere mutuamente beneficioso. ¿Qué tiene de horrible esta idea? Empíricamente hablando, la teoría de la propiedad constituye el núcleo duro del sentido intuitivo de justicia de la mayoría de la gente y por tanto es difícil llamarla revolucionaria. Sólo alguien que apoye la limitación de los derechos de propiedad se ofendería, como hace Lomasky, con mi intento de justificar una economía puramente basada en la propiedad privada.
Lomasky no sólo está enfurecido con mis conclusiones, no obstante. Su ira se ve agravada porque no sólo intento dar prueba empírica de ellas, sino una prueba rigurosa, dice Lomasky, «validada por la razón pura y libre de la contaminación de cualquier observación empírica». No es sorprendente que un oponente de los derechos de propiedad sin límites, como Lomasky, encuentre este hecho doblemente ofensivo. ¿Pero qué hay de malo en la idea de teorizar a priori en la economía y la ética? Lomasky señala que existen intentos fallidos de construir teorías a priori. ¿Pero y qué? Eso habla sólo de esas teorías. Más aún, presupone la existencia de un razonamiento a priori en que la refutación de una teoría a priori debe ser también una prueba. Para Lomasky, no obstante, nada salvo la hipérbole intelectual puede ser posiblemente responsable de «desechar la carretera del empirismo, volando con Kant y von Mises por el reino de las necesidades a priori». Un libro sobre economía o filosofía política, pues, nunca debería llevar a conclusiones no ambiguas sobre qué hacer o qué normas seguir. Todo debería dejarse vago y en una etapa no operacional del desarrollo conceptual, y nadie nunca debería intentar probar nada sino seguir el método empirista siempre abierto de mente de prueba y error, de conjeturas tentativas, de falsaciones y de confirmaciones. Tal, para Lomasky, es el camino correcto, la carretera humilde por la que uno debe viajar. Ciertamente, muchos filósofos políticos contemporáneos parecen haber seguido sin reservas este consejo en su camino hacia la fama. Yendo por la carretera elevada en su lugar, presento una tesis no ambigua, afirmada en términos operacionales e intento demostrarla mediante argumentos axiomático-deductivos. Si esto hace de mi libro el insulto máximo en algunos círculos filosóficos, mucho mejor. Aparte de otras ventajas, como que este podría ser el único método apropiado de investigación, al menos fuerza a uno a decir algo específico y a abrirse al criticismo lógico-praxeológico en vez de producir, como Lomasky y otros viajeros de la carretera humilde, palabrería carente de significado y no operacional.
Además de tener un problema con la arrogancia de uno que escribe un libro que presenta una tesis praxeológicamente significativa y fácilmente entendible sobre los problemas centrales de la economía y filosofía política, y que defiende vigorosamente hasta el punto de excluir otras respuestas como falsas, Lomasky tiene otros puntos que atacar. Como pudiera esperarse de un intimidado conductor de la carretera humilde, son críticas o no sistemáticas y baratas o que muestran una total falta de comprensión del problema.
Se me critica por no prestar suficiente atención a Quine, Nozick y a cuerpos enteros de pensamiento filosófico. Quizá sea así, aunque Nozick, si bien en un pie de foto como Lomasky dice indignado, es de hecho sistemáticamente refutado. No obstante, a uno le gustaría saber por qué eso marca diferencia alguna para mi argumento. Es fácil que a uno se le ocurran sugerencias de lectura estos días. Se me critica por malinterpretar a Locke al no mencionar su famosa condición, pero no me ocupo de una interpretación de Locke. Construyo una teoría positiva y al hacerlo empleo ideas lockeanas; y asumiendo mi teoría correcta por motivos dialécticos, no hay duda sobre mi veredicto respeto a su condición. Es falso, y es incompatible con el principio de apropiación original como pilar central de la teoría de Locke. Lomasky no demuestra que no es así. Le molesta mi disolución del problema de los bienes públicos como un pseudo-problema sin mencionar mi punto central sobre el asunto, es decir, que la noción de clases objetivamente distintas de bienes privados versus públicos es incompatible con la economía subjetivista y por tanto debe ser desechada junto con todas las distinciones basadas en ello. Él encuentra mi argumento en apoyo de la tesis del siempre-óptimo de los mercados libres escaso porque se debe confiar en la asunción del «óptimo universal de las transacciones voluntarias». Se debe, de hecho. Nunca he afirmado lo contrario. Pero esta afirmación resulta ser verdad; de hecho, como argumento, indiscutiblemente cierto, ¿entonces qué?, ¡¿o va Lomasky a emprender la tarea de demostrar su falsedad?! Cómo me atrevo —en una nota a pie de página— a criticar a Buchanan y Tullock por emplear la neolengua Orwelliana, se queja Lomasky. Sólo que olvida mencionar que doy razones bastante específicas de esta caracterización: entre otras, el uso de la noción de acuerdos «conceptuales» y contratos en su intento de justificar un Estado cuando acorde al habla ordinaria tales acuerdos y contratos son no acuerdos y no contratos. ¡No contratar significa contratar! De manera similar, en cuanto a mis comentarios tan faltos de respeto sobre las teorías de la propiedad de estilo Chicago, doy razones (su asunción de la mensurabilidad de la utilidad, por ejemplo) que Lomasky simplemente suprime. El resto, sobre mi teoría de la justicia, es o una mala comprensión o una deliberada mala representación. De la lectura de la reconstrucción que hace Lomasky de mi argumento central, que reveladoramente no emplea citas directas, nadie podría apreciar su principal punto fuerte y estructura. Sin escasez no hay conflicto interpersonal y por tanto tampoco cuestiones éticas (¿Qué tengo justificado hacer y qué no?). Los conflictos son el resultado de derechos incompatibles sobre recursos escasos, y sólo hay una manera posible de escapar de tales problemas: a través de la formulación de reglas que asignen derechos de propiedad mutuamente excluyentes sobre recursos escasos y físicos tal que sea posible para los diferentes actores actuar simultáneamente sin generar conflictos. (Como muchos filósofos contemporáneos, Lomasky no da indicación de que haya comprendido el punto elemental aunque fundamental de que cualquier filosofía política que no esté construida como una teoría de derechos de propiedad yerra enteramente en su objetivo y que debe ser descartada desde el principio como palabrería praxeológicamente carente de sentido.)
No obstante, la escasez y la posibilidad de conflictos no son suficientes para la emergencia de problemas éticos. Obviamente, uno podría tener conflictos sobre recursos escasos con un animal, pero nadie consideraría resolver tales problemas mediante la proposición de normas de propiedad. En tales casos evitar esos conflictos es meramente un problema técnico, no ético. Para que se convierta en ético, es necesario que los actores en conflicto sean capaces, en principio, de argumentar. (El ejemplo del mosquito de Lomasky es absurdo entonces: Los animales no son agentes morales, porque son incapaces de argumentar. ¡Mi teoría de la justicia niega explícitamente su aplicabilidad a los animales, y de hecho implica que no tienen derechos!)
Además, el que no pueda haber problemas de ética sin argumentación es indisputable. No sólo he estado argumentando todo este tiempo, sino que es imposible, sin caer en contradicción, negar que el si uno tiene derechos o no, o cuáles sean, es algo que debe decidirse en el curso de la argumentación. Por tanto, no hay justificación ética de nada, salvo si es argumentativa. Esto es lo que se ha venido a llamar «el a priori de la argumentación». (¡Lomasky no ha entendido nada de esto, y no parece estar al tanto del estatus axiomático de esta proposición, es decir, del hecho de que la argumentación a priori da un punto absoluto de partida no requiere de mayor justificación!)
Argumentar es una actividad y requiere el control exclusivo de una persona sobre recursos escasos (el cerebro de uno, cuerdas vocales, etc.). De forma más específica, mientras haya argumentación, hay reconocimiento mutuo del control exclusivo sobre tales recursos. Es esto lo que explica la característica clave de la comunicación: que aunque uno pueda no estar de acuerdo con lo dicho, siempre podrá estar de acuerdo en que hay desacuerdo. (Lomasky no parece disputar esto. Afirma, no obstante, que meramente prueba el hecho de dominios múltiples de control exclusivos, no el derecho a la autopropiedad. Yerra. Lo que [la ley de contradicción, por ejemplo] debe presuponerse en tanto uno esté argumentando no puede ser válidamente disputado porque es la propia precondición de la duda válida; por tanto, debe considerarse indisputable o válida a priori. De igual manera, el hecho de la autopropiedad es la precondición praxeológica de la argumentación. Cualquiera que intente probar o refutar algo debe ser un autopropietario. Es una autocontradicción pedir una justificación más profunda para este hecho. Requerida, por necesidad, para toda argumentación con significado, la autopropiedad es un hecho absoluto y en última instancia definitivamente justificado.)
Finalmente, si los actores no tuviesen derecho a poseer recursos físicos aparte de sus cuerpos, y si ellos como agentes morales —categóricamente diferentes de los mosquitos de Lomasky— siguiesen esta prescripción, estarían muertos y no habría problemas en absoluto. Para que los problemas éticos existan, la propiedad sobre otras cosas debe estar justificada. Además, si uno no puede apropiarse de otros recursos a través de apropiación original, es decir, usándolos antes de que nadie más lo haga, o si el rango de objetos apropiables originalmente fuese de alguna manera limitado, esto sólo sería posible si la propiedad se pudiese adquirir por mero decreto en vez de por acción. No obstante, esto no vale como solución al problema de la ética, es decir, de evitar conflictos, incluso en términos puramente técnicos, ya que no permitiría a uno a decidir qué hacer si tales afirmaciones declarativas resultasen ser incompatibles. Más decisivo aún, sería incompatible con la ya justificada autopropiedad, ya que si uno pudiese apropiarse de recursos por decreto, implicaría que puede decretar que el cuerpo de otra persona es suyo. Por tanto, cualquiera que niegue la validez del principio de apropiación original —cuyo reconocimiento está implícito cuando dos personas argumentan y respetan mutuamente el control exclusivo sobre sus cuerpos— contradiría el contenido de su proposición a través del propio acto de enunciarla. (En un ataque de genialidad, Lomasky encuentra un error en el hecho de que la primera parte de este argumento no de justificación para la apropiación original ilimitada. Cierto. Pero tampoco afirma hacer tal cosa. La segunda parte —el argumentum a contrario— lo hace. Sobre mi argumento en su totalidad, Lomasky afirma que sólo he mostrado la validez del principio de no agresión para la argumentación en sí y no más allá… no se extiende al objeto de discusión. Como mucho, esta objeción indica un fallo total a la hora de entender la naturaleza de las contradicciones performativas: Si la justificación de algo es justificación argumentativa, y si lo que debe presuponerse en cualquier argumentación debe ser considerado como definitivamente justificado, entonces cualquier proposición que afirme su validez cuyo contenido sea incompatible con tales hechos definitivamente justificados se ve en última instancia falsada al involucrar una contradicción performativa. Y eso es así.)
El teorizar económico y filosófico es de hecho un trabajo serio.
Traducido originalmente del inglés por Jorge Antonio Soler Sanz. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.