Juan Fernando Carpio has translated into Spanish a interview with Hans-Hermann Hoppe. The interview was also published on Mises.org.
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Nuestra obsesión por el consumo (mientras ignoramos el ahorro y la inversión) es un gran problema
Una entrevista con Hans-Hermann Hoppe realizada por Juan Fernando Carpio.
Carpio: ¿Por qué los economistas en general no enseñan el papel del ahorro para la economía?
Hoppe: Estoy de acuerdo con su evaluación: En la profesión económica actual se presta muy poca atención al papel del ahorro y muchísima, de hecho, una importancia abrumadora, se atribuye por el contrario al papel del consumo. Es una situación muy curiosa. Pues aunque es verdad que el objetivo último de toda la actividad humana es el consumo, solo puede haber poco o ningún consumo sin una producción previa y no puede haber producción sin ahorro previo. Me explico: la naturaleza por sí misma solo nos proporciona muy pocos bienes de consumo, como manzanas creciendo en árboles o bayas en arbustos. Para algo más y por encima de este el nivel dado por la naturaleza de posible consumo, debemos primero producir los bienes que posteriormente podremos consumir. Es decir, primero debemos idear y construir herramientas, instrumentos o máquinas —en términos económicos: bienes de producción indirectamente útiles— que nos ayudan a aumentar el suministro de bienes de consumo dados por la naturaleza (como manzanas y bayas) por encima de su nivel natural o que nos ayudan a conseguir bienes de consumo completamente nuevos, es decir, bienes que no se encuentran en la naturaleza en absoluto (como casas o automóviles). Pero para idear y construir estos bienes de producción (como cuchillos, cubos, redes, martillos, ladrillos, bandejas de acero, etc.) Siempre hace falta algo de tiempo y para pasar el tiempo para completar la construcción de estos bienes, es decir, para comer y beber mientras se trabaja en ellos, son necesarios ahorros previos de alimento y bebida. Sin un ahorro previo y la «inversión» de dicho ahorro y la producción y acumulación de bienes de producción, no sería posible por tanto el aumento del consumo futuro.
Por qué entonces los economistas prestan tan poca atención al ahorro a pesar de su enorme importancia es una pregunta que corresponde a la psicología o sociología de la profesión económica. Naturalmente, la respuesta debe ser algo especulativa.
La razón más aparente es la influencia dominante obtenida por John Maynard Keynes y su llamada nueva «economía keynesiana» desde finales de la década de 1930, primero en Gran Bretaña y luego, promovida en particular por Paul Samuelson en EEUU, a lo largo del todo el mundo occidental debido a la categoría de EEUU como la principal superpotencia del mundo y su política de imperialismo y hegemonía militares, monetarios y culturales. Típicamente, Economía de Samuelson se ha traducido a todos los idiomas importantes y ha sido durante muchas décadas el libro de texto de economía más vendido del mundo.
Sin embargo, la razón más fundamental es otra. Se refiere a la pregunta inmediata siguiente de por qué la economía keynesiana pudo lograr un éxito tan extraordinario. La respuesta: Porque lo que enseña el keynesianismo es exactamente lo que quieren oír los gobiernos estatales. Y decir y predicar lo que los gobiernos quieren oír para legitimar «científicamente» lo que quieren hacer en todo caso, produce grandes recompensas dentro de un sistema de «educación pública», es decir, dentro de un sistema escolar y universitario casi totalmente controlado y financiado fiscalmente por el gobierno.
¿Y entonces qué es lo que enseñan y predican los «sumos sacerdotes» del keynesianismo, instalados en todas partes en las posiciones académicas más prestigiosas y bien pagadas, y que todos los gobiernos adoran escuchar? Que todos los problemas económicos (estancamiento, recesión, depresión o lo que sea) son el resultado del infraconsumo y jamás, como sugeriría el sentido común, el resultado del infraahorro o la infraproducción. ¿Y cómo arreglar el problema del infraconsumo y estimular el consumo? Gravando a los ricos (porque supuestamente gastan demasiado poco de su renta en consumo y demasiado en ahorro) y dando a los pobres (que gastan casi toda su renta en consumo), imprimiendo y gastando más papel moneda del gobierno, mediante la expansión del crédito gubernamental de papel moneda y aumentando la deuda pública.
Ludwig von Mises ha calificado y ridiculizado correctamente este «programa de estímulo» económico como el vano intento de realizar el milagro bíblico de convertir piedras en panes.
JFC: ¿Qué efectos tiene el ahorro sobre el progreso y la cultura?
HHH: Ya he indicado la respuesta. En todas partes, la mayoría de la gente prospera después de un mayor y mejor suministro de alimento, ropa, casas, automóviles, televisores, computadoras, etc. y es imposible alcanzar este objetivo sin ahorro. Y aunque algunas personas pueden desdeñar esto como «solo» progreso material o incluso «materialismo», debe destacarse que solo sobre la base de una mejora en las condiciones materiales de la vida humana es que puede florecer y progresar también la cultura humana. Y no puede haber escritores, compositores, músicos, pintores, escultores, actores, etc. sin papel y tinta, imprentas, instrumentos musicales, pinturas, lienzos, instrumentos para esculpir, teatros, museos, galerías, etc. ni sin el tiempo de ocio que hace posible y proporciona la prosperidad material.
JFC: ¿Funcionan los actuales sistemas de ahorro para la jubilación en Occidente? Si no es así, ¿con qué deberían reemplazarse?
HHH: Tanto desde el punto de vista económico como moral, la provisión para la ancianidad de una persona (jubilación) debería ser un asunto completamente privado. Cada persona debería asumir la responsabilidad de su propia vejez. Ya sea mediante el tradicional «seguro familiar» intergeneracional o a través del ahorro individual, la inversión en cuentas privadas de jubilación administradas profesionalmente o la compra de diversas formas de seguro. Esa disposición no elimina todos los problemas asociados con la ancianidad, por supuesto. Pero, por un lado, la institución tradicional del «seguro familiar» promueve y recompensa el «buen» comportamiento social: afecto mutuo, atención, amabilidad, gratitud, decencia y respeto y por tanto se refuerza la familia y los lazos familiares. Y más en general, esta disposición refuerza la responsabilidad individual al recompensar la diligencia y la visión a largo plazo y castiga la negligencia y la visión a corto. Por tanto, tiende a reducir los problemas de la ancianidad hasta el nivel más bajo humanamente posible.
Todo lo contrario: en el mundo occidental, la preparación para la ancianidad se ha hecho cada vez más, y ahora es prácticamente del todo, un asunto del Estado y consecuentemente la institución de la familia, la decencia humana, los lazos familiares y la responsabilidad individual se han visto sistemáticamente debilitados. El Estado se ocupa de todos y, por tanto, no tiene que ser amable con nadie ni asumir ninguna responsabilidad individual.
¿Cómo se «ocupa» el Estado? Quita a las empresas privadas y los ganadores de rentas y supuestamente «invierte» estos fondos para la ancianidad de sus ciudadanos. En unos pocos casos (como Noruega, por ejemplo) los fondos se invierten realmente, pero la inversión no la realizan empresas privadas de inversión en competencia, sino una agencia de inversión monopolista pública que invierte en empresas «políticamente correctas» y por tanto, como «dueña de las acciones» tiene un interés especial en dichas empresas (discriminando al mismo tiempo a otros negocios «políticamente incorrectos»). Además, incluso en este escenario de inversión «menos malo» la relación entre jubilación-pago de impuestos y las posteriores prestaciones o pensiones de jubilación de la ancianidad se ven rotas y distorsionadas sistemáticamente. Es decir, incluso personas que no ganaron nada o muy poca renta durante su vida laboral y consecuentemente no pagaron ningún impuesto de jubilación en absoluto, como todos los «receptores de ayuda social», así como todos los funcionarios públicos (que no pagan impuestos, pero cuyas rentas se pagan por el contrario de los impuestos), reciben de todas maneras pensiones de jubilación (y en el último caso a menudo bastante jugosas). Así que, todas las personas que contribuyeron (por la fuerza) al fondo de pensiones y más cuanto mayor haya sido su contribución, reciben menos y a menudo mucho menos en desembolsos de jubilación de lo que correspondería a sus pagos individuales.
En la abrumadora mayoría de casos la situación es todavía peor. La mayoría de los «Estados de bienestar» occidentales no ahorran ni invierten los impuestos a la jubilación extraídos de empresas y personas trabajadoras en absoluto. Al contrario, bajo el eufemístico título de «contrato generacional» gastan estos fondos de inmediato como prestaciones o pensiones de jubilación en la «generación anciana» actual y prometen, como en una cadena de cartas, pagar la jubilación de la generación que trabaja actualmente con los impuestos de jubilación a imponer sobre la siguiente «generación futura» que todavía no trabaja y así sucesivamente.
¿Pero qué pasa si la futura generación no paga o no puede pagar porque la población está envejeciendo? ¿Qué pasa si la esperanza de vida está aumentando y las tasas de nacimiento están cayendo por debajo de los niveles de reemplazo, como ya pasa hoy en la mayoría de los países occidentales? ¿Qué pasa si una población trabajadora siempre en disminución tiene que soportar un número constantemente creciente de jubilados viejos y que viven más? ¡Entonces el sistema debe inevitablemente colapsar, generando un empobrecimiento extendido no solo para los viejos ya retirados, sino también para los jóvenes activos!
JFC: ¿Algo que añadir al tema del ahorro?
HHH: Sí, primero esto: por muy importante que sean los ahorros para la prosperidad económica y el aumento de los niveles de vida, no basta con eso. Podemos ahorrar todo lo que queramos y acumular cantidades cada vez más grandes de dinero ahorrado, es decir, bienes de consumo no consumidos, pero si no tenemos ninguna idea de cómo invertir estos ahorros, es decir, de cómo convertirlos en productividad que mejore los bienes de producción o en bienes de consumo nuevos y mejores, no se producirá mucha mejora. También necesitamos la idea de una red, un barco, un martillo, una casa, un automóvil, una calculadora, etc. y el conocimiento de cómo diseñar y fabricar estas cosas. Y esto requiere imaginación, inteligencia, ingenio y habilidades humanas. Por tanto, cualquier sociedad que tratara de mejorar sus propias condiciones materiales debería reconocer la importancia de estas cualidades y talentos humanos y honrar a las personas que los poseen. No recompensando a inventores e innovadores con monopolios legales, por supuesto, ya que esto retrasaría y distorsionaría la dispersión de conocimiento humano, sino mediante reconocimiento y alabanza públicos.
Y esto: Debería haber también reconocimiento y alabanza hacia los empresarios y los talentos emprendedores. Pues no basta con tener solo ahorradores y diseñadores y constructores ingeniosos de bienes de producción o consumo nuevos y mejores. Para satisfacer mejor la demanda de consumo y aumentar los niveles materiales de vida, también es necesario que todos los productos fabricados se produzcan de la manera menos costosa o más económica, de manera que ninguna producción de un bien se haga a costa de una no producción o menor producción de cualquier otro bien más altamente valorado. Aquí es donde entra en juego el empresario y el talento emprendedor con ánimo de lucro y riesgo de pérdida. El empresario ahorra o toma prestado dinero de los ahorradores (frente a una promesa de devolución más intereses), contrata y paga inventores, técnicos y otros trabajadores y compra o alquila terreno, materias primas y bienes de producción para luego proceder a fabricar el producto final que ha elegido producir. Lo hace con la esperanza anticipada de un beneficio monetario, una plusvalía de dinero recibida de la venta de su producto final por encima del dinero gastado en su producción. Su beneficio indicaría que ha transformado con éxito una entrada socialmente menos valorada en una salida socialmente más valorada y, por tanto, que no solo ha aumentado su propio bienestar, sino también el bienestar social o del consumidor.
Sin embargo, el negocio de un empresario con ánimo de lucro tiene riesgos. El empresario no tiene ningún control sobre los potenciales compradores de sus productos. Puede que no estén dispuestos a pagar el precio pedido o puede que solo compren una cantidad más pequeña a este precio que la cantidad producida y a vender. Por tanto, también existe la constante amenaza de una pérdida monetaria, un exceso de dinero gastado sobre el dinero recibido, lo que no solo sería una pérdida personal, sino también al mismo tiempo una pérdida de bienestar social debido a un desperdicio económico.
Pero el éxito o fracaso empresarial no es un asunto meramente de buena o mala suerte, como en una lotería. El éxito depende de una correcta evaluación y comprensión de la demanda futura de los consumidores de un producto y el talento humano, para identificar correctamente potenciales compradores y su futura voluntad de pagar por un producto, no está distribuido por igual entre todos. La mayoría de las personas muestra poco o ningún talento en este sentido y por tanto ni siquiera intenta ser emprendedora, incluso entre aquellas que lo intentan, la mayoría fracasa y desaparece rápidamente de sus filas. Solo muy pocas personas tienen el suficiente talento empresarial como para tener éxito continuamente, una y otra vez, y mantenerse en el negocio durante largo tiempo. Estos, sobre todos, deberían ser reconocidos y alabados públicamente (y nunca envidiados), si se tiene la intención de mejorar las condiciones materiales de la humanidad.
Traducido del inglés por Juan Fernando Carpio. Revisado por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.