Jorge Soler has translated into Spanish Hoppe’s Nationalism and Secession (1993). The article was originally published on Chronicles.
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Nacionalismo y secesión
Publicado en Chronicles, noviembre de 1993, pp. 23-25.
Con el colapso del comunismo por toda Europa del Este, los movimientos secesionistas se encuentran en un proceso de crecimiento vertiginoso. Hoy por hoy existen más de una docena de Estados independientes en los territorios de la antigua Unión Soviética, y muchos de sus más de 100 grupos étnicos, religiosos y lingüísticos diferentes están luchando por ganar la independencia. Yugoslavia se ha disuelto en varias unidades nacionales. Eslovenia, Croacia, Serbia y Bosnia existen hoy como Estados independientes. Los checos y eslovacos se han separado y formado países distintos. Hay alemanes en Polonia, húngaros en Eslovaquia, húngaros, macedonios y albanos en Serbia, alemanes y húngaros en Rumanía, turcos y macedonios en Bulgaria, y todos ellos quieren la independencia. Los sucesos de la Europa del Este también han dado un nuevo impulso secesionista a la Europa Occidental: a los escoceses e irlandeses en el Reino Unido, a los vascos y catalanes en España, a los flamencos en Bélgica, y a los tiroleses y padanos en Italia.
Desde un punto de vista global, sin embargo, la humanidad se ha acercado más que nunca al establecimiento de un gobierno mundial. Ya incluso antes de la disolución de la Unión Soviética, Estados Unidos había logrado un estatus hegemónico sobre Europa Occidental (especialmente sobre Alemania Occidental) y los países de la cuenca del Pacífico (especialmente sobre Japón), tal y como indica la presencia de tropas americanas y sus bases militares, los pactos de OTAN y SEATO, el papel jugado por el dólar americano como la última moneda de reserva internacional y el sistema de la Reserva Federal de EEUU como el «proveedor de liquidez» y «prestamista» de último recurso de todo el sistema bancario occidental, y las instituciones tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Además, bajo la hegemonía americana, la integración política de la Europa Occidental ha avanzado constantemente. Con el establecimiento de un Banco Central Europeo y una Unidad Monetaria Europea (UME), la Comunidad Europea estará completa antes de que acabe el siglo. En ausencia del Imperio Soviético y su amenaza militar, Estados Unidos ha emergido como la única potencia militar indiscutible del mundo entero.
A través de una mirada a la historia todavía es posible poner en evidencia otros enfoques. A comienzos del milenio, Europa estaba formada por cientos de unidades territoriales independientes. Hoy, solo quedan unas pocas docenas de tales unidades. No cabe duda de que también existían fuerzas descentralizadoras. Entonces se dio la progresiva desintegración del Imperio Otomano, desde el siglo XVI hasta la Primera Guerra Mundial, y el surgimiento de la moderna Turquía. El imperio diverso y discontinuo de los Habsburgo se encontraba en un periodo de desintegración paulatina desde tiempos de su mayor expansión bajo Carlos V hasta su desaparición y sustitución por la moderna Austria en 1918. Sin embargo, la tendencia dominante iba por un camino opuesto. Por ejemplo, durante la segunda mitad del siglo XVII, Alemania consistía en unos 234 países, 51 ciudades y 1500 territorios señoriales independientes. Rondando el comienzo del siglo XIX, el número total de entre todos estos dominios cayó por debajo de 50, y para 1871 la unificación ya fue un hecho. El panorama en Italia es muy similar. Los Estados pequeños también tienen una historia de expansión y centralización. Suiza surgió en 1291 como una confederación de tres Estados cantonales independientes. Para 1848 esta asociación era un país (federal) único con unas dos docenas de provincias o cantones.
¿Cómo debería uno interpretar estos fenómenos? De acuerdo con la visión ortodoxa del asunto, la centralización representa generalmente un movimiento «positivo» y de progreso, mientras que la desintegración y secesión, incluso cuando esta es inevitable, constituye un anacronismo. Se asume que las unidades políticas más grandes (y en última instancia un único gobierno mundial) implica mayores mercados y, por ende, una mayor riqueza. Como evidencia de esto, se señala que la prosperidad económica ha aumentado dramáticamente con el aumento de la centralización. Sin embargo, más que representar cualquier verdad, esta visión ortodoxa es más ilustrativa del hecho de que la historia siempre la escriban los vencedores. Las coincidencias o correlaciones temporales no prueban causación alguna. De hecho, la relación entre la prosperidad económica y la centralización es muy diferente —en verdad, casi lo contrario— de lo que postula la ortodoxia.
La integración política (centralización) y la integración económica (mercado) son dos fenómenos completamente diferentes. La integración política afecta a la expansión territorial del poder del gobierno sobre los impuestos y la regulación de la propiedad privada (expropiación). La integración económica depende de la extensión regional de la división del trabajo y la participación del mercado.
En principio, al regular y fiscalizar (expropiando) la propiedad privada e ingresos de sus titulares, todos los gobiernos son contraproducentes. Estos reducen la participación del mercado y la formación de riqueza. Una vez asumida la existencia de un gobierno, sin embargo, no existe una relación directa entre su extensión territorial e integración económica. Tanto Suiza como Albania son países pequeños, pero el primero exhibe una gran riqueza y el segundo no. Tanto Estados Unidos como la antigua Unión Soviética son países grandes. Sin embargo, mientras que en los EEUU se da una gran participación del mercado y división del trabajo, en la Unión Soviética, donde prácticamente no existía la propiedad privada del capital, prácticamente no había integración económica alguna. La centralización, por lo tanto, puede ir de la mano tanto con procesos económicos progresivos como regresivos. El progreso ocurre cuando los gobiernos más laxos en el cobro de impuestos y la regulación del mercado se expanden a costa de los más impositivos. En los casos en que se dé un proceso contrario, la centralización conlleva la desintegración y el retroceso.
Sin embargo, existe una relación indirecta muy importante entre el tamaño y la integración económica. Un gobierno central que gobierne sobre grandes territorios —y mucho menos un gobierno mundial— no puede surgir ab ovo. En su lugar, todas las instituciones con el poder de gravar y regular la propiedad privada deben empezar en pequeño. No obstante, la pequeñez contribuye a la moderación. Un gobierno pequeño tiene muchos competidores, y si este sobrerregulara y gravara de forma visible la propiedad privada de sus ciudadanos más que sus más cercanos competidores, se vería obligado a sufrir por la emigración y la pérdida de ingresos fiscales. Digamos, por ejemplo, que una casa o pueblo particular constituye un territorio independiente. ¿Podría un padre de familia hacer a su hijo, o un alcalde a su pueblo, lo mismo que el gobierno de la Unión Soviética hacía con sus ciudadanos (es decir, negarles todo derecho a la propiedad privada) o lo que los gobiernos europeos a lo largo de Europa Occidental y Estados Unidos hacen con los suyos (es decir, expropiarles hasta el 50% de su resultado productivo)? Por supuesto que no. La gente se revelaría inmediatamente y el gobierno sería derrocado o se generaría la emigración a otros pueblos o zonas cercanas.
De forma contraria a la ortodoxia, es precisamente por causa de la alta descentralización europea compuesta de infinitas unidades políticas independientes que se explica el origen del capitalismo —la expansión de la participación del mercado y el crecimiento económico— en el mundo occidental. No constituye casualidad alguna que el capitalismo haya surgido en sus orígenes en tales entornos descentralizados: en las ciudades-Estado del norte de Italia, en el sur de Alemania y en los secesionistas Países Bajos.
La competición entre gobiernos pequeños por captar sujetos para gravarles los pone en conflicto entre sí. Como resultado del conflicto interestatal, unos pocos Estados tuvieron éxito a la hora de expandir sus territorios, mientras que otros fueron eliminados o absorbidos por los más grandes. Por supuesto, qué países ganan y cuáles pierden en este proceso competitivo es algo que depende de muchos factores. Pero al final, el factor decisivo viene representado por la cantidad relativa de recursos económicos a disposición del gobierno. Al gravar y regular, los gobiernos no contribuyen a los procesos de creación de riqueza. Por el contrario, estos viven de forma parasitaria a partir de la riqueza ya creada. Sin embargo, los gobiernos tienen una influencia negativa sobre la cantidad total de riqueza.
Siendo el resto de las cosas iguales, cuanto menor sea la presión y regulación fiscal impuesta por el gobierno sobre su economía doméstica, mayor será la tendencia a crecer por parte de la población (tanto por razones internas como por factores de inmigración), y mayor será también la cantidad de riqueza producida domésticamente sobre la cual el gobierno podrá extraer sus impuestos en competición con otros Estados. Es debido a esto que la centralización es frecuentemente progresiva. Los Estados que tienden a regular y gravar poco sus economías domésticas —Estados liberales— tienden a derrotar y expandir su territorio a expensas de los menos liberales. Esto es lo que explica el surgimiento de la «Revolución Industrial» en la Inglaterra y Francia de la centralización. Esto explica por qué en el transcurso del siglo XIX Europa Occidental acabó por dominar al resto del mundo (en lugar de lo contrario), y el por qué este colonialismo fue generalmente progresivo. Además, esto da cuenta del surgimiento de los EEUU con el rango de súper potencia mundial durante el siglo XX.
Sin embargo, en la medida en que los países más liberales derrotan a los menos liberales en este proceso —es decir, cuanto mayor sea el territorio, menores serán los competidores y más lejos se encontrarán, y por tanto más costosa será la migración internacional— menor será el incentivo de un gobierno a continuar en su liberalismo doméstico. Y en la medida en que uno se acerque al límite de un único gobierno mundial, todas las posibilidades de votar con los pies contra el gobierno desaparecen. Se marche uno donde se marche, existirá el mismo tipo de regulaciones y estructura impositiva. Liberados así del problema de la emigración, desaparece también una de las riendas de contención frente al gobierno. Esto explica el curso de los acontecimientos durante el siglo XX: con la Primera Guerra Mundial, y con más razón con la Segunda Guerra Mundial, los EEUU lograron su estatus hegemónico sobre Europa Occidental llegando a convertirse en el heredero económico de su vasto imperio colonial. Con el establecimiento de la Pax americana, se dio un paso decisivo en aras de la unificación global. Y de hecho, a lo largo de todo el periodo, Estados Unidos, Europa Occidental y la mayor parte del mundo han sufrido de forma continua un dramático crecimiento del poder del gobierno, los impuestos y las expropiaciones.
¿Cuál es entonces el papel jugado por la secesión en este proceso? En principio, la secesión no es más que un cambio en el control del poder sobre la riqueza de la nación desde una unidad central más grande a otra más pequeña o regional. Si esto ha de llevar a una mayor o menor riqueza e integración económica dependerá de las políticas del nuevo gobierno. Sin embargo, la mera separación, ya tiene de por sí un impacto inmediato positivo sobre la producción, pues una de las razones más importantes de que se den movimientos secesionistas reside en el hecho de que la gente considere que ha sido explotada por otros. Los eslovacos creían que habían sido robados de forma sistemática por los serbios y el gobierno serbio de la antigua Yugoslavia, y los ciudadanos bálticos se resintieron frente al hecho de que estos tuvieran que pagar tributos a los rusos en la época de la Unión Soviética. Gracias a la secesión, las relaciones domésticas hegemónicas fueron reemplazadas por relaciones contractuales —mutuamente beneficiosas— entre los países. En lugar de la integración forzosa, se da la separación voluntaria.
La integración forzosa, ilustrada por tales medida como el transporte en buses, los controles sobre la renta, las leyes antidiscriminación y la «libre inmigración», siempre crea tensiones, odio y conflicto. En contraste, la separación voluntaria lleva a la paz y armonía social. Bajo una integración forzosa, cualquier equivocación puede achacarse a grupos y culturas extranjeras mientras que los éxitos se reclaman como propios; y cuando esto pasa también se eliminan todos los incentivos que tienen las culturas de aprender entre sí. Bajo un régimen de «separados pero iguales», uno tiene que enfrentarse a la realidad no sólo de la diversidad cultural, sino en particular de los distintos grados visibles de avance cultural. Si un movimiento secesionista deseara mejorar o mantener su posición frente a un competidor, nada a excepción del aprendizaje discriminativo podrá ayudar. Este debe imitar, asimilar y, en lo posible, mejorar la capacidad, carácter, prácticas y reglas características de los movimientos culturales más avanzados, pero también evitar sus rasgos menos avanzados. En lugar de promover una nivelación de las culturas hacia abajo bajo el yugo de la opresión, la secesión estimula procesos cooperativos en cuanto al avance y la selección cultural.
Además, aunque todo lo demás dependa de las políticas domésticas del nuevo gobierno regional, y aunque no exista una relación directa entre el tamaño y la integración económica, se da una relación indirecta importante. Justo en la medida en que la centralización política lleva en última instancia a la desintegración económica, los movimientos secesionistas tienden a promoverla. Primero, la secesión siempre conlleva una ruptura por parte de una población más pequeña en relación a otra mayor y, de esta manera, representa un voto contra los principios democráticos y la titularidad mayoritaria a favor de un sistema de propiedad privada descentralizado. De manera más importante, la secesión siempre implica el incremento de las oportunidades para la migración interregional, y un gobierno secesionista se ve inmediatamente confrontado con el espectro de la emigración. Para evitar la pérdida de sus ciudadanos más productivos, estos nuevos gobiernos siempre se encuentran bajo presión constante a la hora de adoptar políticas domésticas comparativamente más liberales que el resto permitiendo una mayor titularidad de la propiedad privada e imponiendo una menor presión fiscal o impositiva que sus vecinos. En última instancia, con tantos territorios como núcleos domésticos, pueblos y aldeas existen, las oportunidades de que se dé una emigración motivada por factores económicos se maximizaría, mientras que el poder del gobierno sobre la economía doméstica se reduciría.
De manera específica, cuanto más pequeño sea un país, mayor será la presión sentida para adoptar un sistema de libre empresa frente al proteccionismo. Toda interferencia del gobierno frente al mercado exterior limita de manera forzosa el rango de relaciones mutuamente beneficiosas en los intercambios interregionales y, de esta forma, lleva al empobrecimiento relativo, tanto en casa como en el extranjero. Pero cuanto más pequeño sea un territorio y sus mercados internos, más dramático será este efecto. Un país con el tamaño de Rusia, por ejemplo, puede lograr de forma comparativa un alto nivel de vida incluso en el caso de que renunciase al comercio exterior si se pudiera garantizar un mercado interno sin restricciones para los movimientos de capital y productos de consumo. Frente a esto, si las ciudades o condados predominantemente serbios se secesionaran de la vecina Croacia, se acabaría en el desastre en caso de que estos persiguieran el mismo tipo de proteccionismo. Considérese el núcleo familiar como la unidad mínima de medida secesionista. Participando del libre comercio no restringido, hasta el más pequeño de los territorios puede integrarse y disfrutar de las ventajas obtenidas a partir de la división del trabajo, y su gente puede bien convertirse en la más rica del planeta. La existencia de cualquier persona rica es una prueba viviente de esto. Por otro lado, si esa misma familia decidiera renunciar a toda forma de comercio con sus vecinos, daría lugar a la abyecta pobreza o la muerte. En consecuencia, cuanto más pequeños sea un territorio y sus mercados internos, más probabilidades hay de que se adoptará el libre comercio.
El secesionismo, por tanto, y el crecimiento de movimientos regionalistas y separatistas en Europa del Este y del Oeste no representan ningún anacronismo, sino potencialmente las fuerzas históricas más progresistas. La secesión aumenta la diversidad étnica, lingüística y cultural, mientras que a lo largo de siglos de centralización cientos de culturas distintas han sido erradicadas. Acabará la integración forzada propiciada como resultado de la centralización, y en lugar de estimular el conflicto social y la nivelación cultural, se promoverá la competencia pacífica y cooperativa de diferentes culturas territorialmente separadas. En particular, se eliminan los problemas relativos a la emigración que hoy día plagan a los países de Europa Occidental como a Estados Unidos. Hoy, siempre que un gobierno central permite la inmigración, se deja que los extranjeros avancen —literalmente sobre calles de propiedad gubernamental— hasta cualquier puerta residencial, con independencia de si estos residentes desean tal proximidad con los extranjeros. La «libre inmigración» es así en gran medida una integración forzosa. La secesión resuelve este problema dejando que territorios más pequeños tengan sus propias reglas de admisión y puedan determinar de forma independiente con quién se asociarán en su propio territorio y con quién prefieren cooperar desde la distancia.
Por último, la secesión promueve el desarrollo y la integración económica. El proceso de centralización ha resultado en la formación de un cartel internacional dominado por el gobierno americano que controla la inmigración, el comercio y la moneda fiduciaria; gobiernos que son cada vez más invasivos y pesados; el estatismo globalizado de la guerra y la asistencia social; y el estancamiento económico e incluso en decrecientes estándares de vida. La secesión, si es suficientemente extensiva, podría cambiar todo esto. Una Europa que consista de cientos de países, regiones y cantones, de miles de ciudades libres independientes (como las «rarezas» actuales de San Marino, Mónaco y Andorra), con el gran aumento de las oportunidades para la migración motivada económicamente que resultaría, sería una de pequeños gobiernos liberales integrados a través del libre comercio y un dinero mercancía internacional como el oro. Sería una Europa de un incomparable progreso económico y una prosperidad sin precedentes.
Traducido originalmente del inglés por Jorge Antonio Soler Sanz. Revisado y corregido por Oscar Eduardo Grau Rotela. El artículo original se encuentra aquí.