Oscar Grau has translated into Spanish Hoppe’s speech The Science of Human Action (2011).
For more Spanish translations, click here.
La ciencia de la acción humana
Conferencia de apertura de la Universidad Mises 2011 en que Hans-Hermann Hoppe presenta un recuento histórico y teórico de su transformación epistemológica hacia la tradición misesiana en economía y rothbardiana en ética.
Quiero ser un poco autobiográfico esta noche. Cuando vine a los Estados Unidos en 1985, me mudé porque quería estudiar con Murray Rothbard. No era un estudiante regular en ese momento, de hecho, ya había recibido mi doctorado. Había escrito mi tesis de habilitación, que es un rango avanzado de doctorado. Había adquirido el rango académico de un profesor asociado, que es el mismo rango que Mises lograría alguna vez en Austria. Y era un Heisenberg Fellow de la Fundación Nacional Alemana de Ciencias, que era la subvención más prestigiosa para personas en la mitad de su carrera que podías obtener en Alemania.
Había leído todas las obras más importantes de Ludwig von Mises y Murray Rothbard en ese entonces, y era un verdadero austrolibertario. En mi opinión, Mises era ‘el hombre’ y, porque Murray Rothbard había extendido y completado el sistema misesiano, él también era ‘el hombre’. Mises había muerto varios años antes en 1973, así que era Rothbard con quien quería reunirme y trabajar. Cuando vine a la ciudad de Nueva York, quería conocer al maestro personalmente y aprender directamente de él. Asistí durante un año a todas tus clases en la politécnica de Brooklyn, y cuando él estaba fuera de la ciudad para dar presentaciones, yo enseñaba sus clases. Al año siguiente, en 1986, ambos fuimos a Las Vegas, a UNLV, donde continuamos como colaboradores y colegas cercanos hasta su muerte en 1995.
Me quedé otros 10 años hasta que me retiré de esa universidad. Murray tenía casi 60 años cuando lo conocí por primera vez y, de hecho, cumpliría 60 años en febrero de 1986 y la fiesta y conferencia sorpresa de cumpleaños realizada en Manhattan para celebrar esta ocasión fue mi primera aparición en público en los Estados Unidos. Era unos 20 años más joven, acababa de cumplir 36 en ese entonces, pero para Murray yo era sólo uno de sus chicos. De hecho, muchos de los caballeros mayores que verán por aquí esta semana eran sus chicos. Walter Block y Ralph Raico, que eran mayores que yo, eran sus chicos. Y también lo era David Gordon, Joe Salerno y Roger Garrison. Peter Klein y Mark Thornton eran tan solo bebés en ese momento. Lew era un algo diferente, no estoy tan seguro de si se refería a él como un chico o un bebé. Él tendrá que contarles al respecto por su cuenta.
Estoy seguro de que si Murray todavía estuviera vivo hoy, seguiría siendo uno de sus chicos, aunque sea ahora mayor que él cuando lo conocí por primera vez. Pero al comienzo de mi participación activa en el movimiento intelectual austrolibertario, yo era uno de los jugadores más jóvenes, uno de los soldados de asalto, por así decirlo. Ahora obviamente soy uno de los viejos guardias del movimiento y para mí, ahora son ustedes los chicos y los bebés. Y como miembro de la vieja guardia, quien ha participado activamente prácticamente desde su mismo inicio en el esfuerzo del Instituto Mises de construir un movimiento intelectual austrolibertario; como viejo guarda, puedo ser excusado de aprovechar esta oportunidad para ser un poco anecdótico y decir algunas cosas sobre mi propia autobiografía intelectual, o para ser más preciso, contarles un poco sobre cómo llegué a descubrir a Ludwig von Mises y aprendí sobre la ciencia de la acción humana que Mises y luego Rothbard habían explicado y desarrollado.
Crecí durante la rebelión estudiantil a fines de la década de 1960. Era entonces yo mismo un izquierdista y estaba principalmente interesado en las ciencias sociales. En ciencias políticas, sociología, economía y derecho. Sin embargo, cuando tuve que decidir qué elegir como mi especialidad durante mis estudios universitarios, me decidí por la filosofía antes que por estos otros campos, porque de todas las ciencias sociales consideraba a la filosofía como el campo más serio, riguroso y exigente. Y de nuevo en el campo de la filosofía, decidí concentrarme en el área que considero como más fundamental y decisiva, a saber, la epistemología, es decir, la teoría del conocimiento.
Y en este campo de la epistemología, el hilo central era el debate aparentemente permanente entre los racionalistas por un lado, desde Platón en adelante, y los escépticos por el otro lado. Y en los tiempos modernos, y particularmente en Alemania, este debate era esencialmente un debate entre Kant y varias corrientes del kantismo por un lado, y por el otro lado, los empiristas de David Hume y distintas variantes de la filosofía humeana; que significaba en mi tiempo, en particular, Karl Popper como uno de los seguidores modernos destacados de David Hume.
Bien simplificado, las creencias centrales del empirismo humeano son cuatro afirmaciones interconectadas.
En primer lugar, todo conocimiento es conocimiento de hechos y qué son los hechos aprendemos de las sensaciones dadas por nuestros órganos sensoriales, es decir, toda experiencia o todo conocimiento se deriva de lo que llaman ‘experiencias’. Y no hay nada necesario sobre estos hechos o cómo un hecho se relaciona con otro hecho.
En segundo lugar, si una afirmación es verdadera o falsa, debe decidirse en última instancia mediante experiencias sensoriales: por la información de las sensaciones.
La tercera creencia era que todos los enunciados que afirmen establecer que algo es necesariamente verdadero en lugar de algo que resulta ser cierto son después de todo solo verdades contingentes. Todos los enunciados que se afirmen ser necesariamente verdades no son afirmaciones sobre la naturaleza tal como es, o afirmaciones sobre las cosas reales, sino solo enunciados sobre el uso de palabras o sobre convenciones lingüísticas o sobre hábitos de la mente.
Y la cuarta creencia era que las afirmaciones sobre el valor no son verdaderas ni falsas, sino solo expresiones de emociones.
Ahora bien, tan plausibles como estas posturas parezcan a primera vista (y obviamente estas posturas todavía deben parecer plausibles para un gran número de científicos dada la actual popularidad de este programa empirista), como la mayoría de los racionalistas, llegué a la conclusión de que esto estaba todo mal.
Primero y más importante, la posición empirista era simplemente autocontradictoria —la considero algo así como un sinsentido— por lo que el empirismo nos decía. Obviamente, lo que nos decía sobre nuestro conocimiento se suponía que debía ser conocimiento en sí mismo: se suponía que debía ser conocimiento sobre el conocimiento.
Pero, ¿cómo sabemos y llegamos a este conocimiento? ¿Cómo sabemos que esto es cierto? Ciertamente no nos damos cuenta de esto mediante experiencias sensoriales. El conocimiento se trataba del pensamiento o, más precisamente, se trataba del pensamiento consciente, y del pensamiento consciente y significativo. Y el pensamiento, sea lo que fuese, no era ciertamente la misma cosa a la que el «pensamiento» en sí se refiere, es decir, aquello de lo que se trataba el pensamiento; pensar era en términos y por medio de conceptos.
Cuando pienso sobre el árbol verde, esto no hace mi pensamiento verde o como un árbol con características sensitivas. Al contrario, el conocimiento como significativo (como conocimiento conceptual) debe comenzar por la introspección. Y no era algo observable, era un juicio mental, e implicaba algún entendimiento o alguna comprensión. De ahí que los racionalistas siempre responden a la afirmación empirista de que todo nuestro conocimiento deriva de experiencias sensoriales diciendo: «Sí, excepto esa parte de aquello que fue el resultado de la razón que provino del intelecto antes que de las sensaciones».
Pero también había otros problemas específicos de los que me di cuenta que implicaban las posturas empiristas. La afirmación empirista de que todo conocimiento a priori o necesario atañía meramente a convenciones lingüísticas que no tenían nada que ver con la realidad o la naturaleza de las cosas era cualquier cosa menos convincente. Ciertamente, las sensaciones o las impresiones sensoriales no pueden revelar nada que sea necesario o universal, son del tipo ‘yo escucho y ahora siento esto y aquello’. Uno tampoco ve jamás, por ejemplo, la causalidad en acción. Lo que en el mejor de los casos uno puede ver son secuencias temporales, asociaciones temporales entre varias experiencias sensoriales. Pero como el conocimiento no es sensación, sino sensación más intelecto, esto no elimina la posibilidad del conocimiento a priori de la realidad. Y es seguro que existe una buena cantidad de tal conocimiento sin importar cuánto se esfuercen los empiristas en negar este hecho o justificar su descarte.
Tomen, por ejemplo, la ley de identidad y contradicción: nada puede ser A y no A al mismo tiempo. Ahora bien, según la lógica de los empiristas esto era tan solo una convención, pero si es una convención, entonces debe haber una alternativa a la misma. Sin embargo, simplemente no hay ninguna, sencillamente no podemos concebir algo que sea A y no A al mismo tiempo. No podemos adoptar la convención de que algo es completamente verde y no completamente verde al mismo tiempo. Decir o pensar algo —o decir o pensar cualquier cosa—significa decir ‘esto’ en lugar de ‘eso’. Simplemente no podemos pensar de otra manera. Y renunciar a estas leyes de identidad y contradicción significa no pensar más en absoluto.
O fíjense en esto: El mundo está hecho de objetos de ciertas características o propiedades; verdadero. Aprendemos mediante la experiencia qué objetos y cuáles son sus propiedades, pero nunca podemos tener ninguna experiencia que no sean las experiencias de objetos y propiedades. Cualquier otra cosa es simplemente impensable. Ninguna experiencia puede refutar este conocimiento, tampoco ninguna experiencia puede refutar jamás que todas las experiencias de objetos y sus propiedades son experiencias que se sitúan en el tiempo y el espacio. Tampoco se puede imaginar que pudiera ser distinto a que todos los objetos son percibidos y concebidos como ejemplos o instancias de algo de una clase.
De hecho, no podríamos decir nada significativo en absoluto sobre nada sin usar nombres o expresiones identificadas y predicados que asignan una propiedad universal a estos objetos identificados.
O fíjense en estos ejemplos: Dos líneas rectas no pueden contener un espacio. O una línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. O si A es una parte de B y B es una parte de C, entonces A es también una parte de C. O si A precede a B en el tiempo y B precede a C en el tiempo, entonces A precede C en el tiempo. O dos objetos materiales no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Todas estas proposiciones, y hay muchas más, son interpretadas por empiristas o por positivistas lógicos como diciendo nada en absoluto sobre la realidad, más bien como siendo meras convenciones sobre cómo usamos ciertas palabras. Pero luego podríamos elegir obviamente otras convenciones; sin embargo, no podemos.
Llegué a considerar estos intentos empiristas no solo como dolorosos y tormentosos, sino como simple estupidez.
Es cierto que la lógica no puede decirnos mucho del mundo, pero lo poco que nos dice es absolutamente esencial. Los positivistas lógicos tratan de decirnos que la lógica no nos dice nada en absoluto, que no es nada excepto un conjunto de tautologías. Pero en verdad, como algunos filósofos han señalado, simplemente no es cierto que los enunciados que afirman que algo es siempre necesaria y universalmente verdadero no estén diciendo nada en absoluto. La lógica formal no está vacía de todo contenido, sino es más bien la rama más general de la ontología que aborda todos los objetos y seres posibles.
Además, llegué a reconocer que mucho si no todo nuestro conocimiento sobre verdades necesarias y universales tenía su explicación definitiva en el hecho innegable de que somos actores y que nuestro conocimiento era el conocimiento de actores que tienen que actuar en un mundo exterior independiente y afuera de nuestra mente. Si no tuviéramos que actuar, no tendríamos que saber nada. Las rocas no actúan, las rocas se comportan de ciertas maneras pero no actúan. Y por tanto, las rocas no necesitan saber nada, pero nosotros sí; y esto, a saber, que el conocimiento es una herramienta de la acción, explica la estructura fundamental de nuestro conocimiento.
De manera característica, mi disertación del doctorado en filosofía que escribí hace 35 años fue titulado ‘Actuar y conocer’. Nuevamente, tan solo unos comentarios en este tema. Que nuestras experiencias más elementales, como ya he mencionado, sean siempre e invariablemente del tipo ‘esto aquí y ahora es tal y tal’, con una expresión identificadora (un nombre) y un predicado (es decir, una propiedad universal), se debe al hecho de que al actuar debemos identificar una situación específica con tales y tales objetos que existen aquí y ahora, y luego caracterizar estos objetos como de cierta clase antes que de otra. De lo contrario, no seríamos capaces de elegir un curso de regla o un curso de acción (o una regla de acción) antes que otro.
De manera similar, el significado de tales primitivos lógicos como ‘es’, ‘no es’, ‘y’, ‘o’, como también de números y el conteo, no es tan solo el de símbolos arbitrariamente definidos, sino que tienen un claro significado o fundamento constructivista operacional o práctico. El significado de estos términos no es algo inventado, no es tan solo una convención, sino que está basado en la realidad de la acción; de tener que elegir o de tener que combinar ciertas acciones con el fin de alcanzar ciertos resultados, es decir, fines; de añadir ciertas cosas, de repetir ciertas cosas, es decir, de acumular números; y de contar.
Del mismo modo con la categoría de la causalidad, tal vez no sepamos a priori cuál es la causa de qué, pero tenemos que aprender esto a través de la experiencia. Sin embargo, decir que un evento puede no tener una causa en absoluto o que algo sucedió sin una causa, sin razón alguna, nos sorprende como absurdo. Y nos sorprende como absurdo y en su lugar aceptamos como necesariamente cierto sobre la realidad que cualquier cosa que pase en el mundo sí tiene una causa, incluso si nunca descubrimos cuál es esa causa. Esto es porque toda acción aspira a un objetivo y presupone que hay algo que se puede hacer para lograr un resultado determinado. Así que presupone que debe haber causas.
Hasta aquí todo bien. Pero luego otro problema todavía persistía en mi mente. ¿Qué hay de las ciencias sociales? ¿Qué sabemos y se puede saber sobre la acción humana en particular? Aquí de nuevo, una división fundamental existía entre los racionalistas, Kant, por un lado, y los empiristas, Hume, por el otro. Los racionalistas adoptaban típicamente una posición dualista, es decir, la manera en que concebían los asuntos era que existía un ámbito del conocimiento que afecta nuestra propia mente y la mente de otros; es decir, de objetos, accesible ya sea por introspección directa o introspección indirecta mediante la interacción simbólica. Y existía otro ámbito de objetos con el cual no podemos comunicarnos, el ámbito de la conciencia, o de acciones conscientes, era categorizado teleológicamente en términos de motivos y razones que interpretábamos como las causas de los eventos. Estos motivos y razones eran entidades inteligibles y significativas, es decir, podían ser entendidas.
Los motivos y las razones no pueden ser observados, solamente el comportamiento puede ser observado. Pero podemos entender los motivos y razones, y en un sentido más profundo, podemos entender a los actores. Podemos entender sus personalidades y podemos entender los principios que los guían. De hecho, debido a que tenemos tal acceso privilegiado a nuestra propia mente y la mente de otros actores humanos a través del entendimiento, podemos y debemos concebir de cada acción como un evento único no repetible causado por actores individuales únicos que actúan en puntos únicos del tiempo y el espacio.
En claro contraste, el comportamiento de objetos materiales es ininteligible para nosotros: es lo que es sin ninguna posibilidad de entender por qué es que se comportan de la manera en que lo hacen. En consecuencia, concebimos de tales objetos y su comportamiento observable siempre e invariablemente como ejemplos de una clase de objetos sujetos a una y la misma ley universal de comportamiento sin excepción.
Tal conocimiento de motivos y razones individuales, entonces, nos permite predecir las acciones de nuestros semejantes; y lo hace razonablemente bien como cualquiera puede comprobarlo en su vida diaria. No garantiza el éxito. De hecho, frecuentemente erramos con nuestras predicciones y somos sorprendidos por el curso real de los eventos humanos. Y no todos están igualmente capacitados para predecir las acciones de otras personas. Algunas personas son mejores que otras en esto porque tienen un mejor conocimiento de otras personas. Pero no hay nada mejor que esté disponible para nosotros excepto intentar entender y entender otra vez continuamente de nuevo.
En contraste, los empiristas eran típicamente monistas, para ellos, la introspección y el entendimiento no contaban en absoluto, ya que no eran derivados de las experiencias sensoriales. En el mejor de los casos, la introspección y el entendimiento tenían algún valor heurístico en ayudarnos a desarrollar hipótesis. Recuerden, para los empiristas, no existía tal cosa como algo necesariamente verdadero sobre cualquier cosa real. Así que el entendimiento y la introspección para los empiristas eran, en el mejor de los casos, una herramienta heurística para desarrollar hipótesis sobre las causas y consecuencias reales de la acción humana.
Pero la introspección y el entendimiento no eran ciencia en su opinión. La ciencia requiere explicaciones, es decir, formulaciones de leyes hipotéticas no necesarias comprobables empíricamente; tanto en las ciencias sociales como en las ciencias materiales como la física y la química. En esta disputa entre los racionalistas y los empiristas, me puse de nuevo en gran medida del lado de los racionalistas. Y llegué a la conclusión de que la búsqueda de los empiristas por las leyes contingentes no necesarias de la acción humana es descabellada y debe fracasar por una razón fundamental, aunque elemental.
Obviamente podemos aprender nuevas cosas, podemos adquirir nuevos conocimientos, cosas que no eran conocidas por nosotros antes. Los empiristas también tienen que admitir esto, porque según ellos hacemos continuamente nuevas experiencias. Aunque es imposible para nosotros predecir qué serán estas cosas nuevas que aprendemos y llegamos a conocer hasta que realmente las sabemos. De lo contrario, ya habríamos obtenido el nuevo conocimiento ahora.
Sin embargo, como el conocimiento guía nuestras acciones conscientes, de la imprevisibilidad del nuevo conocimiento se sigue la imprevisibilidad de la acción, es decir, algo que Mises diría «no hay constantes en la acción humana». Pero entonces, este resultado de que no puede haber ninguna ley contingente observable en el ámbito de la acción humana no significaba que no hubiera ninguna ley necesaria no empírica de la acción humana. Para usar una analogía, así como el hecho de que no podemos predecir científicamente todas las proposiciones a hacerse jamás por hablantes futuros no significa o no implica que no haya tal cosa como la lógica proposicional —es decir, algo que es necesariamente cierto de todas las proposiciones ahora y siempre—, también así el hecho de que no podemos predecir científicamente las acciones humanas no implica que no haya leyes que sean ciertas de cualquiera y todas las acciones.
Y creía que había encontrado bastantes ejemplos de tales leyes necesarias especialmente en el campo de la economía. Que no puedes comer tu torta y también tenerla. Que no puedes volverte más rico consumiendo todo lo que produces. Que si gastas más de un ingreso dado en A, debes gastar menos en B. O que los precios monetarios subirán si se aumenta la cantidad de dinero mientras la cantidad de los bienes no monetarios permanezca igual.
Pero cuando miraba alrededor en los libros de texto de economía de entonces, todos parecían contradecir esta primera impresión que tenía de muchas proposiciones económicas importantes. Todos aceptaban el dogma empirista que describí antes, todos afirmaban que tales leyes eran contingentes, es decir, leyes no necesarias (leyes comprobables, leyes falsables), o, de lo contrario, eran tautologías empíricamente vacías o formalismos.
Mientras tanto, políticamente, me había ido cada vez más a la derecha, o más bien, en la dirección del liberalismo clásico desde de mi antiguo izquierdismo. Pero cuando me fijé en economistas famosos de la derecha, el resultado fue simplemente el mismo. Hayek había ganado el Premio Nobel en 1974 y Friedman en 1976. Leer a Friedman y Hayek había realmente fortalecido mi convicción de que la economía tenía algo para decir que era necesariamente cierto sobre algo real. Aunque Friedman también aceptaba explícita y plenamente la línea empirista de que este no era el caso. Y también noté que Friedman había jugado un papel importante en persuadir a la profesión económica de la visión empirista, en hacer que todos los libros de texto aceptaran en gran medida la misma línea. Y Hayek sencillamente me parecía un embrollo y confundido en todo el asunto.
Pero en alguna parte, en un pie de página de uno de los trabajos de Hayek, descubrí una referencia a un tipo llamado Mises y su anticuado y extraño apriorismo. Así que agarré La acción humana de Mises. La acción humana fue mi primer libro que leí de Mises y allí, para mi gran alivio intelectual, encontré exactamente lo que había estado buscando. Lo que yo mismo había concluido también y mucho más. No tan solo la confirmación de mi propia conclusión, sino un sistema completamente trabajado e integrado de afirmaciones a priori, empezando por el axioma de la acción de que los humanos actúan, persiguen fines con medios para mejorar su propia vida o bienestar. Afirmaciones que eran obviamente afirmaciones sobre cosas reales, a saber, acciones humanas. Y había desarrollado lo que llamó a la economía como ‘praxeología’: la lógica de la acción.
En 3 o 4 días devoré La acción humana y me había convertido en un misesiano. Desde el descubrimiento de Mises al descubrimiento de Rothbard fue tan solo un pequeño paso que siguió casi inmediatamente. Luego de leer Hombre, economía y Estado me volví anarquista o, como prefiero decir hoy en día, un proponente de una sociedad pura de ley privada. Y como un paso final en mi desarrollo intelectual estimulado por la lectura de La ética de la libertad de Rothbard, estaba listo para renunciar al último dogma empirista que incluso un agudo racionalista como Mises compartía, a saber, la convicción de que no existía tal cosa como una ética racionalista, es decir, la afirmación de que las proposiciones normativas no eran nada más que expresiones emocionales. Me di cuenta de que esta afirmación era en última instancia autocontradictoria, porque al tratar de defender la afirmación de que no hay ninguna ética racional en el curso de una argumentación —y obviamente no puedes defender esta afirmación excepto en el curso de una argumentación— había descubierto algo que algunos filósofos habían denominado el ‘a priori de la argumentación’, muy parecido al ‘a priori de la acción’ del cual Mises había hecho la piedra angular de su sistema.
Al darme cuenta de esto, de que tienes que defender la tesis empirista en la forma de una argumentación, ya tienes que presuponer una ética, a saber, que cada persona es el dueño exclusivo de su propio cuerpo físico para ser capaz de realizar un argumento y escuchar a alguien más usando su cuerpo para contestar el argumento y así comprobar su tesis. Y de ese modo has justificado una afirmación de que cada persona es un justo dueño de su propio cuerpo físico.
Ahora bien, todo esto fue para mí un camino largo, arduo y difícil para encontrar la literatura y tomar los libros que exponían sobre esta tesis, especialmente si vives fuera de los Estados Unidos. Para ustedes, gracias al Instituto Mises, todo esto es ahora tan fácil como un pastel. Pero espero y, de hecho, confío en que encontrarán la misma satisfacción intelectual y alivio al experimentar el mismo entusiasmo intelectual con el descubrimiento del austrolibertarismo que yo experimenté hace más o menos 35 años.
Traducido del inglés por Oscar Eduardo Grau Rotela. El material original se encuentra aquí.