Rodrigo Betancur has translated into Spanish an interview (2011) with Hoppe for Philosophie Magazine.
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Entrevista sobre los impuestos a Hans-Hermann Hoppe
10 de marzo de 2011.
Hace unos meses, un periodista francés, el Sr. Nicolas Cori, se me acercó con la solicitud de una entrevista sobre el tema de los impuestos, para ser publicada en la revista francesa mensual Philosophie Magazine, en el contexto del debate que actualmente tiene lugar sobre la «reforma fiscal» en Francia.
Estuve de acuerdo con la entrevista, que se llevó a cabo por correo electrónico en inglés; el Sr. Cori produjo una traducción al francés, que mi amigo el Dr. Nikolay Gertchev revisó y corrigió, y entonces envié la traducción, autorizada, al Sr. Cori. Desde entonces, hace ya más de un mes, y a pesar de intentos repetidos, nada he oído del Sr. Cori. Sólo puedo especular sobre las razones de su silencio. Lo más probable es que no obtuvo el permiso de sus superiores para publicar la entrevista, y no ha tenido la cortesía ni la valentía de decírmelo.
De todas maneras, aquí está la entrevista original.
NC: ¿Son consistentes los impuestos con la libertad y los derechos de propiedad del individuo? ¿Habría un cierto nivel de impuestos en el que deja de ser consistente?
Hoppe: Los impuestos nunca, a ningún nivel de imposición, serán consistentes con la libertad ni con los derechos de propiedad del individuo. Los impuestos son un robo. Los ladrones —el Estado y sus agentes y aliados— por supuesto, hacen un gran esfuerzo para ocultar este hecho, pero simplemente no hay forma de ocultarlo. Obviamente, los impuestos no son pagos normales ni voluntarios por bienes y servicios, porque a usted no se le permite abstenerse de pagar si no está satisfecho con el producto. Usted no será castigado si deja de comprar coches de Renault o perfumes de Chanel, pero será arrojado a la cárcel si deja de pagar los costos de escuelas públicas o universidades estatales, o los gastos pomposos del señor Sarkozy. Tampoco es posible interpretar los impuestos como pagos de alquiler normal, como aquellos hechos por el inquilino al dueño de un bien debido a que el Estado francés no es el dueño arrendador de toda Francia ni de todos los franceses. Para ser el dueño arrendador, el Estado francés tendría que ser capaz de probar dos cosas: en primer lugar, que el Estado, y nadie más, es dueño de cada centímetro de Francia, y segundo, que tiene un contrato de arrendamiento con todos y cada uno de los franceses, relativo al uso, y al precio de dicho uso, de las propiedades. Ningún Estado —ni el francés, ni el alemán, ni el estadounidense, ni cualquier otro Estado— puede probar esto. No tienen los documentos necesarios para tal efecto, ni pueden presentar un contrato de alquiler. Por lo tanto, sólo hay una conclusión: los impuestos son el robo y la extorsión por los cuales un segmento de la población, la clase dominante, se enriquece a expensas de otra, la de los gobernados.
NC: ¿Es incorrecto no pagar impuestos?
Hoppe: No. Dado que los impuestos son un robo, es decir, una «mal» moral, no puede ser incorrecto el negarse a pagar a los ladrones o a mentirles sobre los activos, o los ingresos, en que se basan sus impuestos. Esto no quiere decir que sea prudente o conveniente no pagar impuestos; después de todo, el Estado es el «más frío de todos los monstruos», como ha dicho Nietzsche, y puede arruinar su vida, o incluso destruirla, si usted no obedece sus órdenes. Pero no puede haber duda alguna de que es justo no pagar impuestos.
NC: ¿Cómo sabemos que un impuesto es justo? ¿Hay algún criterio? Es un impuesto progresivo mejor que un impuesto de tasa única?
Hoppe: Sabemos que ningún impuesto es justo, ya sea de tasa progresiva o de tasa plana y proporcional. ¿Cómo pueden el robo y la extorsión ser justos? El «mejor» impuesto es siempre el más bajo de los impuestos; sin embargo, incluso el impuesto más bajo sigue siendo impuesto. El «mejor», por ser el más bajo, es un impuesto per cápita donde cada persona paga la misma cantidad absoluta de impuesto. Ya que incluso la persona más pobre debería ser capaz de pagar esta cantidad, tal impuesto tiene que ser bajo. Pero incluso un impuesto per cápita sigue siendo un robo, y no hay nada «justo» en él. Un impuesto per cápita no trata a todos por igual ni instala la «igualdad ante la ley». Ya que algo sucede con los ingresos fiscales, por ejemplo, los sueldos de todos los empleados y dependientes estatales (tales como pensionados y recipientes del bienestar social) se pagan con los ingresos fiscales. En consecuencia, los empleados y los dependientes del Estado no pagan impuestos de ninguna clase. Por el contrario, la totalidad de su ingreso neto (después del pago de su impuesto per cápita) sale del pago de impuestos hecho por otros y son, por tanto, netamente, meros consumidores de impuestos que viven de los ingresos y de la riqueza robada a otros: los productores de impuestos. ¿Qué hay de justo en un grupo de personas que vive parasitariamente, y a expensas, de otro grupo de personas?
NC: ¿Están todos los filósofos de acuerdo?
Hoppe: No, no lo están. Pero esto es difícilmente sorprendente. Casi todos los filósofos profesionales de hoy en día son consumidores de impuestos. No producen bienes o servicios para que los consumidores de filosofía compren en el mercado, bien sea de forma voluntaria o no. De hecho, a juzgar por la demanda real de los consumidores, el trabajo de la mayoría de los filósofos contemporáneos debe ser considerado como insignificante, sin valor. Mejor dicho: casi todos los filósofos de hoy se pagan con fondos provenientes de los impuestos. Viven de dinero robado o confiscado a los demás. Si su sustento dependiera de los impuestos es probable que, por razones fundamentales, usted no se opondría a la institución fiscal. Por supuesto, este no es necesariamente el caso. Nuestra «conciencia» no está determinada por nuestra «existencia» (Sein), como decía Marx. Sin embargo, tal oposición no es muy probable. En efecto, como la mayoría de los «intelectuales», los filósofos suelen sufrir de un ego demasiado inflado. Creen que hacen un trabajo de gran importancia y se resienten con el hecho de que «la sociedad» no los compensa proporcionalmente. Por lo tanto, cuando los filósofos no ignoran simplemente el problema de los impuestos, siempre han estado a la vanguardia de tortuosos intentos por justificar los impuestos —tratando de enmascarar el robo como algo «bueno»— y, en particular, de justificar que sus propios salarios de filósofos se financien con impuestos.
NC: ¿Deberían los filósofos considerar la eficiencia económica de los métodos impositivos simultáneamente con los valores éticos de tales métodos?
Hoppe: Para describir una acción como «eficiente», es necesario definir primero un propósito, es decir, una meta o un fin. Algo puede ser juzgado como eficiente o ineficiente sólo a la luz de un objetivo que se asume dado. Es tarea de los economistas, y de la llamada «economía positiva», determinar qué medidas son eficaces (o ineficaces) en el logro de un fin determinado. Por ejemplo, si desea lograr un desempleo masivo, entonces la economía dice que es eficaz aumentar los salarios mínimos a, digamos, 100 euros por hora. Por otro lado, si su objetivo es reducir al mínimo el desempleo, entonces la economía le informa que todas las leyes de salario mínimo deben ser abolidas. Pero los economistas, qua economistas, no tienen nada que decir acerca de la licitud o conveniencia de los objetivos en cuestión. Esta es tarea del filósofo: determinar cuáles metas son justas y admisibles y cuáles metas no lo son. (El economista entonces informa al filósofo cuáles medios son eficientes o ineficientes, con el fin de alcanzar tales objetivos justificables). Pero como ya he indicado: la profesión de la filosofía, simplemente no ha hecho su trabajo. Los filósofos, por supuesto, dan una serie de consejos sobre qué hacer o qué no hacer, pero su consejo tiene poco o ningún peso intelectual. En casi todos los casos, es mera opinión: expresión de gustos personales, nada más. Si usted implora a los filósofos por una «teoría de la justicia», de la cual supuestamente emanen sus recomendaciones, no tienen tal teoría. Sólo pueden ofrecer una colección ad hoc de juicios de valor personales, que por lo general ni siquiera cumplen con el requisito de tener cierta coherencia interna.
Cualquier teoría de la justicia digna de acatamiento debe reconocer primero el hecho más fundamental de la vida humana: la escasez de bienes, es decir, la ausencia de superabundancia. Porque sólo debido a la escasez es posible que la gente pueda tener conflictos con los demás: yo quiero hacer tal cosa con un recurso escaso dado, y usted quiere hacer tal otra con el mismo recurso. Sin conflictos, no habría necesidad de reglas o normas, y el propósito de las normas es, entonces, evitar conflictos. En ausencia de una armonía preestablecida entre todos los intereses, los conflictos sólo se pueden evitar si todos los recursos escasos son de propiedad privada, es decir, de un propietario identificable, más bien que, o con la exclusión, de otro. Y con el fin de evitar el conflicto desde el principio de la humanidad, por así decirlo, cualquier teoría de la justicia debe comenzar con una norma que regule y denomine como propiedad privada la primera apropiación original de un recurso escaso.
La mayoría de la filosofía (política) contemporánea parece no ser consciente de esto. De hecho, a menudo tengo la impresión de que ni siquiera el hecho de la escasez misma es reconocido o comprendido plenamente.
NC: ¿Cuál debería ser, entonces, el objetivo de una política de impuestos? ¿La redistribución? ¿La igualdad? ¿La disminución de la pobreza?
Hoppe: Si los impuestos son un robo, entonces, desde el punto de vista de la justicia, no debe haber, en absoluto, impuestos ni política fiscal. Toda discusión sobre el objetivo de políticas y reformas fiscales es una discusión entre ladrones o defensores del robo, a quienes nada importa la justicia. Su preocupación es solamente el robo. Hay debate y controversia entre ellos cuando se discute a quién deben gravar con impuestos y qué tanto, y qué se debe hacer con los ingresos fiscales, es decir, quién debe recibir, y cuánto, del botín robado.
Sin embargo, todos los ladrones y todos los beneficiarios del robo tienden a coincidir en una cosa: cuanto mayor sea la cantidad de botín y menor el coste de la recolección, las cosas son mejores para ellos. De hecho, esto es lo que todas las democracias occidentales practican hoy: elegir las tasas y el tipo de impuestos de manera que el ingreso fiscal sea máximo. Todas las discusiones actuales sobre reforma fiscal, en Francia, en Alemania, en Estados Unidos y en otros lugares son discusiones acerca de si deben introducirse o suprimirse ciertas formas de impuestos, tales como el gravamen al patrimonio y/o a la herencia, si los ingresos se deben gravar progresiva o proporcionalmente, si las ganancias de capital deben gravarse como ingreso o no, si los impuestos indirectos como el IVA deben ser, o no, sustituidos por impuestos directos, etc., etc., y si las tasas de tales impuestos deben entonces subir o bajar; nunca son discusiones sobre justicia. No están motivados por una oposición, por principio, a los impuestos, sino por el deseo de hacer los impuestos más eficientes, es decir, maximizar los ingresos fiscales. Toda reforma fiscal que no es, como mínimo, «de ingreso neutro», es considerada un fracaso. Y solo las reformas que aumentan los ingresos fiscales se consideran un «éxito».
Tengo que volver a preguntar: ¿Cómo puede alguien considerar esto «justo»? Por supuesto, desde el punto de vista de los consumidores de impuestos todo esto es «bueno». Pero desde el punto de vista de los productores de impuestos, ciertamente no es «bueno», sino más que malo, «peor».
Una última observación sobre los efectos económicos de los impuestos: todos los impuestos son una redistribución de riqueza y de ingresos. La riqueza y el ingreso son tomados a la fuerza de sus propietarios y productores y transferidos a personas que no eran dueños de riqueza y a quienes no producen estos ingresos. Por lo tanto, se desalienta la futura acumulación de riqueza y la producción de ingresos y se estimulan la confiscación y el consumo de la riqueza y el ingreso existentes. Como resultado, la sociedad será más pobre. Y en cuanto al efecto de la eternamente popular e igualitaria propuesta de gravar a los «ricos» para dar a los «pobres» en particular: es un régimen que no reduce ni alivia la pobreza, sino, muy al contrario, aumenta la pobreza. Reduce el incentivo de permanecer, o llegar a ser, rico y productivo, y aumenta el incentivo de permanecer, o llegar a ser, pobre e improductivo.
NC: ¿Deberían las personas ricas recibir un trato diferente al de la gente pobre?
Hoppe: Cada persona, rica o pobre, debe recibir el mismo trato ante la ley. Hay gente rica, que es rica sin haber defraudado o robado a nadie. Son ricos, porque han trabajado duro, porque han ahorrado con diligencia, porque han sido productivos y porque han demostrado ingenio empresarial, a menudo por varias generaciones de familia. Estas personas no sólo deben ser dejadas en paz, sino que deben ser elogiadas como héroes. Y hay gente rica, sobre todo de la clase de los líderes políticos, en control del aparato estatal, y de las élites conectadas al Estado, a la banca y a las grandes empresas, que son ricos, porque han estado directamente involucrados en, o indirectamente beneficiados de, la confiscación, el robo, el engaño y el fraude. Tales personas no deben dejarse tranquilas, sino que deben ser condenadas y despreciadas como gángsters. Lo mismo se aplica a las personas pobres. Hay personas pobres, que son gente honesta, y por tanto deben ser dejadas en paz. Pueden no ser héroes, pero merecen nuestro respeto. Y hay gentes pobres que son ladrones, y que deben ser tratados como delincuentes, independientemente de su «pobreza».
Traducido originalmente del inglés por Rodrigo Betancur. Revisado por Oscar Eduardo Grau Rotela.